sábado, octubre 22, 2005

El día que la ciudad amaneció perdida.

El día que la ciudad amaneció perdida yo desperté tarde. Me quedé dormido, y por lo tanto no pasé por la angustia de tener que salir como extranjero a la calle a ver si tendría que llegar al preu en una micro vieja (si quedaban), en una nueva (si pasaban), en un taxi o en un avión marciano. Sin embargo, ya avanzada más la mañana, y de hecho, luego de que habíamos doblado la curva de la tarde y ya estábamos en PM, tomé dirección al centro de Santiago y me dispuse a ver en qué podría irme. Claro, con esto de cambiar los buses y las administraciones de las líneas, resultaba natural temer alguna clase de descalabro de proporciones en el transporte. Bien, salgo a Independencia, y veo bastante (para ser un sábado al mediodía) gente en el paradero. Mala señal; ya que lo más probable es que estuvieran pasando pocas micros. Bueno, llego al paradero de siempre, cuando desde Teniente Ponce veo salir una 104... ¿Una 104? Sí, así es, una 104, recorrido desaparecido que pasaba por la casa de mi abuela, y que ahora, por algún motivo, venía a pasar por la esquina donde tomo micro, y oh sorpresa, ahora hay una micro que se va por Santa Rosa. Bien, yo mirando Independencia, esperando algo, y veo venir por el lado contrario una de las micros nuevas, bastante llena. Al parecer la gente estaba atraída por la novedad, o pasaban tan pocas que eso explicaba el gentío. La primera en venir de mi lado era una 417, amarilla normal, que no quise tomar porque me daba flojera caminar desde Merced. Luego vinieron las restantes micros que usan San Antonio, lo que me hizo pensar en que existía una especie de coordinación central que mandaba a todas las micros, y oh, planes maquiavélicos. xD Bueno, me subí a un 411, amarilla, conocida por mi, salvo porque el chofer iba de camisa y corbata, y me dio un boleto desconocido. "¡Buen viaje! TranSantiago Súbete", todo rojo el boleto. Oh, sorpresa; uno más para la colección. Planeaba leer en mi viaje, pero no lo hice; mi mirada y yo nos entretuvimos mirando las micros nuevas, las gentes sorprendidas, y todo este ambiente tan raro de hoy.

Bien. Bajé, y me fui a encontrar con María. Luego subimos a ver micros. Y oh sorpresa, mirando micros en Bandera, encontré a alguien (pero eso es otra historia...). Bien, en Bandera el panorama era de caos, ante todo por el lío de que los buses articulados no caben por el paso, y la mayoría de los buses nuevos no estaban pasando por Bandera. Entonces, como además parece que todo Santiago había salido a la calle, o algo así, porque en los paraderos había mucha gente, había hordas esperando subirse a cualquier micro. Misma situación se observaba en la Alameda, donde una confusión de micros verdes, rosadas y amarillas, muchas de ellas al parecer desprevenidas, cosa notoria por los letreros a mano y recorridos anunciados con pintura blanca, pasaban por la principal arteria vial de Santiago.

Pasó la tarde, y cuando fue la hora de volver a casa, fui al paradero céntrico tradicional (y no oficial) a tratar de encontrar una micro en la que volver. El panorama era desolador. Debido a que justamente el paso nivel de Bandera con San Diego es el único en el que no caben los buses "oruga", (jiji) la cantidad de buses que pasaba por Bandera era exigua, y casi todos de Renca. Me fui entonces unas cuadras al poniente, por donde se suponía que pasaban las nuevas micros. Cuando ya me iba a volver a Bandera a ver si pasaba una de las viejas amarillas, a lo lejos se vio venir una 139 de esas verdes de tamaño "normal", con destino Quilicura, nuevecita de paquete. Y llena de gente. En fin, la hice parar igual. La puerta se abrió lentamente, y al subir, una pléyade de choferes nos saludó a quienes subimos, y es más, nos dijeron que por ese día el transporte era gratis. El caballero que subió detrás mio creía estar siendo objeto de una broma de Video Match al oír eso, pero cuando se lo terminó por creer, dijo "al fin una hueá gratis en Chile".

El viaje fue lento, muy lento, mirando las calles céntricas llenas de gente estupefacta y sin tener mucha idea de qué hacer. No faltó quien quiso bajarse a mitad de cuadra, y como no le pararon, empezó a echar chuchadas varias al "operador". Pero quizás el caso más emblemático fue el de aquel energúmeno que en Mapocho quiso que le pararan en la tercera pista, y al ver que no le hacían caso a su majestad y ni pensaban en abrirle la puerta donde no se debe, comenzó a golpear el bus, hacer gestos con las manos, y putear a la micro y a su chofer. Los asientos, escasos. La gente se apelotonaba adelante como si el torniquete del cobrador se la fuera a comer. Y para sorpresa de todos, subió un joven en silla de ruedas. El espacio para poner éstas demostró su utilidad aquí, y todos quienes se afirmaban en ese sector del bus hubieron de buscar nuevas ubicaciones.

Una experiencia un tanto extraña la de andar en un bus nuevo, pero a la que habrá que acostumbrarse, aunque no sé cómo irá a ser la relación entre las gentes y sus nuevos buses. Mi primera visión es algo pesimista, pero quizás las cosas cambien cuando la ciudad no amanezca tan perdida con esta invasión albiverde que se nos viene encima.

Saludos,

S.E., Mrcl. Eduardo Peñailillo B.

1 comentario:

Giro dijo...

Ahm, la espera desconciderada de una micro acorta mas nuestros dias...

que no te deje atras eso.


Aqui, almenos, infectadas las arterias de la ciudad estan con esas cajas con ruedas.