lunes, junio 02, 2008

No estaba muerto.

Todo empezó con las capturas. Ella y su manía por las capturas. A ella se le ocurrió tomar capturas, y tenía con qué hacerlo; pues él no, claro que no, no podía acceder a esas cosas. Pero él fue el segundo culpable, porque en su propia manía de atrapar, como todas las capturas, también quiso atraparla a ella, sin saber que se atrapaba a ella.

Buscaron a quien les retratara en el universo variopinto de la casa donde ya nadie vivía, pero todos paseaban. Y su acento le delató como de otro lugar. Sí, accedió de inmediato a tomarles una foto. Pero tan parcos que posaban, tan alejados, qué extraño, ¿no era acaso ella la chica de él? Les preguntó; venía de una tierra donde preguntar esa clase de cosas no tiene nada de raro. "Tiene novia", dijo la chica tímida. Para risa del muchacho, la extranjera replicó con un "¿pero no está casado, no?", y allí fue que lo dijo, que no estaba muerto. Rieron, ríeron todos, y ella que no se dejaba tocar, y él que no sospechaba los riesgos de tocar, se abrazaron para inmortalizarse, para morir y vivir un poco como en todas las capturas.

Descubriendo luego de ella que no estaban muertos. Él no estaba muerto para caminar, quería hacerlo más, descubrir todo lo que se le mostraba, lo que ella mostraba. Y ella no estaba muerta; lo descubrió cuando franqueó a su lado uno de los lugares prohibidos, cuando rompió las barreras e hizo cosas de las que por años se había privado.

Al caer la noche, aún pensaban en la no-muerte que le había sido a él vaticinada. Pero lo que no les dijo la profetisa venida de lejos es que él sí iba a morir. Y es que cuando le dijo que no la dejara sola, en las escalinatas frías, murió. Sí, se fue, tenía que hacerlo... Pero no tardó en volver, en volver a morir, feliz de morir.

Nunca más cerca de un (¿mi?) perro.

La mudanza mencionada en el artículo anterior incluía un punto complicado, dentro de todos los puntos complicados que las mudanzas suelen incluír, pero en este caso era un punto complicado que a simple vista parecía sencillo, y no lo era. Para no seguir divagando y mencionárselo al fin a la masa ¿? lectora de este rincón, el caso es que había que cuidar y trasladar a un perro, y alguien tenía que encargarse de ello.

Por supuesto, en la tradición participativa y encantadora que mis progenitores han cultivado conmigo toda mi vida, mi padre me encomendó la tarea a mi.

Pero empezamos bien, pues es el único perro con respecto al cual mi conocida (por mis cercanos) canofobia no me afecta. Si alguien me ha visto alguna vez jugar, acariciar, o hablar amablemente a un perro, es a él.

De hecho, supuestamente, o al menos en un principio, el perro era mío...

¿Por qué querría yo, que nunca he sido dado a los animales, tener un perro? La memoria me falla, pero realmente, divagando en mis anales incompletos, llego a la conclusión de que alguien, "alguien", debe haberme visto mal en esos años solitarios y pensó que una mascota, la misma que desde entonces me obligó a abandonar uno de mis juegos favoritos (esto es, hacer caminos de tierra y aldeas de piedra en el patio de donde vivían en ese entonces mis abuelos paternos), me haría bien. De paso, proporcionaría algunos recursos y libraría de un cachorro a un viejo amigo suyo.

Sin embargo las cosas empezaron a salir de modos inesperados desde el momento en que fue clarísimo que mi pequeño agujero hobbit no estaba preparado ni para recibir a un par de catas, y mucho menos a un perro. Desde allí que la mascota terminó con mis abuelos. Y la Providencia sabe hacer las cosas: al final lo necesitaban más que yo. Si bien desde entonces no dejan de recordarme de tanto en tanto mi irresponsabilidad como "padre" del canino, para el cual me preparé leyendo una completa enciclopedia sobre perros, que resultó inútil, pues sus verdaderos amos, mis abuelos, siguiendo sus académicos y elaborados métodos de crianza de mascotas, lo criaron como un perro casero cualquiera, para espanto de los entendidos.

En todos estos años, y ya tiene hartos, ha sido compañero fiel y molestoso, insaciable en su hambre y en su querer jugar, sólo le falta hablar, y hasta en sus defectos (que no voy a mencionar públicamente, también merece dignidad, ¿no? Ya que todavía puede tener dignidad virtual, que la tenga.); se ha ganado el cariño de todos. El mío incluído, lo que ya es todo un logro de su parte.

Así que hoy me tocaba cuidarlo y llevarlo a su nuevo hogar.

Cuando llegué estaba asustado. Por momentos temblaba; suponemos que sus instintos le hacían pensar en su mente de can que quedaría abandonado en ese lugar que ya no parecía conocido, donde hasta los ladridos sonaban raro. Se negó en un momento incluso a comer trozos de pan, lo que hablaba del susto que tenía. Yo, que en largos años jamás me atreví a sacarlo siquiera a la esquina, primero lo pasee por el patio para calmarlo, y luego lo saque a la calle, a buscar árboles y a que recorriera por última vez las veredas que sólo pisaba para ir a cortarse el pelo. Hice lo que nunca: abrazarlo. ¿Se me habrá ablandado el ánimo con las mascotas? No lo creo, pero este ya es de la familia, y cuando uno siente así algo o alguien, hace esas cosas. Es como lo que pasa cuando te haces hincha de un equipo chico: lo sientes como tu tío, tu primo, incluso tu hermano; por eso sufres, te enfadas (tengo testigos: el alcalde de Isla de Maipo, jajaja), lloras y ríes con él.

Llegada la hora de partir venía la hora más difícil de la misión: velar porque el can no hueveara al chofer en el largo trayecto, que finalmente no duró más de media hora. Sorpresivamente, y en concordancia con el ánimo que hubo durante la jornada, la mascota se comportó. Dentro de lo que se le puede pedir a una mascota asustada, tomada de una correa, y abrazada por un inexperto joven, claro. Pero lo hizo bien. Por momentos incluso se dedicó a mirar el paisaje, y en los túneles, así como esa gente que nunca ha visto una carretera, agachaba la cabeza y se negaba a mirar.

Llegado a su nuevo hogar, no demoró en acostumbrarse, retomar el hambre y la sed, y en reconocer su nueva casa; pues ya no dormitará bajo una "mejora" de población callampa canina (pues su "hogar invernal" era un toldo tendido entre pared y sillas, cerrado con cajas, y unas mantas): ahora lucirá con estilo una casa de plástico donde he pensado que le cabría muy bien una de esas viejas TV de 5' en blanco y negro. (Pero mantendrá sus viejas mantas)

Es raro que tenga ganas de hablar de un perro, del único perro vivo al que le tengo real cariño (hay algunos pocos a los que les tengo simpatía, después de años de mi fatídico trauma, se me ha abierto un poco la mente), pero creo que se lo merece; y también me lo merezco yo después de tan especial labor.

También podría hablarles de cómo me encargué solo durante casi toda una tarde de siete felinos, pero la verdad sea dicha, uno rompió un jarrón, otro engulló tanta comida que terminó por devolverla; y la verdad es que se resisten un poco a que cuiden de ellos, no es precisamente lo mismo que con los caninos. (Y de todos modos, me he ido acostumbrando igual) Así que de gatos, las palabras serán en otra ocasión.