martes, octubre 25, 2005

Un año de(saprovechado) blog.

Sí, en un día como hoy se cumple un año desde que me aburrí de las frecuentes "comidas de texto" y de los infaltables días en que el servicio de fotolog andaba temperamental (debo reconocer que en el último tiempo este servicio ha mejorado notablemente) y decidí hacerme un blog. "Escribiendo el melodrama barato de mi vida". Hay que decir que el título le sigue viniendo bien al asunto, considerando además que ahora es tan frecuente verme como un pesimista lacrimógeno.

Y sin embargo, creo que este espacio ha sido desaprovechado. Se pudo haber escrito mucho más aquí; y no siempre faltaron las ideas. En el fondo, la causa es un problema endémico del encargado de este blog, su falta de disciplina para poner en texto esas ideas, para darse tiempo en aprovechar de escribir y no perder el tiempo viendo huevadas. Falta la constancia (no confundir con nombres que suenan parecido) y la voluntad; vaya novedad, como si las hubiera tenido alguna vez.

Es entonces ahora, cuando se cumple un año de este blog, que debería pensar seriamente en aprovechar algo más este espacio, usarlo más, no tener tanta "paja" de accesar mi nombre de usuario y contraseña y ponerme a escribir aquí. Vamos a tratar.

Aunque por algunas semanas, el tiempo va a ser escaso. Ya saben, PSU y todo eso.

Mejor sacaré el contador. Además, ya no funciona.

Saludos,

S.E., Mrcl. Eduardo Peñailillo B.

sábado, octubre 22, 2005

El día que la ciudad amaneció perdida.

El día que la ciudad amaneció perdida yo desperté tarde. Me quedé dormido, y por lo tanto no pasé por la angustia de tener que salir como extranjero a la calle a ver si tendría que llegar al preu en una micro vieja (si quedaban), en una nueva (si pasaban), en un taxi o en un avión marciano. Sin embargo, ya avanzada más la mañana, y de hecho, luego de que habíamos doblado la curva de la tarde y ya estábamos en PM, tomé dirección al centro de Santiago y me dispuse a ver en qué podría irme. Claro, con esto de cambiar los buses y las administraciones de las líneas, resultaba natural temer alguna clase de descalabro de proporciones en el transporte. Bien, salgo a Independencia, y veo bastante (para ser un sábado al mediodía) gente en el paradero. Mala señal; ya que lo más probable es que estuvieran pasando pocas micros. Bueno, llego al paradero de siempre, cuando desde Teniente Ponce veo salir una 104... ¿Una 104? Sí, así es, una 104, recorrido desaparecido que pasaba por la casa de mi abuela, y que ahora, por algún motivo, venía a pasar por la esquina donde tomo micro, y oh sorpresa, ahora hay una micro que se va por Santa Rosa. Bien, yo mirando Independencia, esperando algo, y veo venir por el lado contrario una de las micros nuevas, bastante llena. Al parecer la gente estaba atraída por la novedad, o pasaban tan pocas que eso explicaba el gentío. La primera en venir de mi lado era una 417, amarilla normal, que no quise tomar porque me daba flojera caminar desde Merced. Luego vinieron las restantes micros que usan San Antonio, lo que me hizo pensar en que existía una especie de coordinación central que mandaba a todas las micros, y oh, planes maquiavélicos. xD Bueno, me subí a un 411, amarilla, conocida por mi, salvo porque el chofer iba de camisa y corbata, y me dio un boleto desconocido. "¡Buen viaje! TranSantiago Súbete", todo rojo el boleto. Oh, sorpresa; uno más para la colección. Planeaba leer en mi viaje, pero no lo hice; mi mirada y yo nos entretuvimos mirando las micros nuevas, las gentes sorprendidas, y todo este ambiente tan raro de hoy.

Bien. Bajé, y me fui a encontrar con María. Luego subimos a ver micros. Y oh sorpresa, mirando micros en Bandera, encontré a alguien (pero eso es otra historia...). Bien, en Bandera el panorama era de caos, ante todo por el lío de que los buses articulados no caben por el paso, y la mayoría de los buses nuevos no estaban pasando por Bandera. Entonces, como además parece que todo Santiago había salido a la calle, o algo así, porque en los paraderos había mucha gente, había hordas esperando subirse a cualquier micro. Misma situación se observaba en la Alameda, donde una confusión de micros verdes, rosadas y amarillas, muchas de ellas al parecer desprevenidas, cosa notoria por los letreros a mano y recorridos anunciados con pintura blanca, pasaban por la principal arteria vial de Santiago.

Pasó la tarde, y cuando fue la hora de volver a casa, fui al paradero céntrico tradicional (y no oficial) a tratar de encontrar una micro en la que volver. El panorama era desolador. Debido a que justamente el paso nivel de Bandera con San Diego es el único en el que no caben los buses "oruga", (jiji) la cantidad de buses que pasaba por Bandera era exigua, y casi todos de Renca. Me fui entonces unas cuadras al poniente, por donde se suponía que pasaban las nuevas micros. Cuando ya me iba a volver a Bandera a ver si pasaba una de las viejas amarillas, a lo lejos se vio venir una 139 de esas verdes de tamaño "normal", con destino Quilicura, nuevecita de paquete. Y llena de gente. En fin, la hice parar igual. La puerta se abrió lentamente, y al subir, una pléyade de choferes nos saludó a quienes subimos, y es más, nos dijeron que por ese día el transporte era gratis. El caballero que subió detrás mio creía estar siendo objeto de una broma de Video Match al oír eso, pero cuando se lo terminó por creer, dijo "al fin una hueá gratis en Chile".

El viaje fue lento, muy lento, mirando las calles céntricas llenas de gente estupefacta y sin tener mucha idea de qué hacer. No faltó quien quiso bajarse a mitad de cuadra, y como no le pararon, empezó a echar chuchadas varias al "operador". Pero quizás el caso más emblemático fue el de aquel energúmeno que en Mapocho quiso que le pararan en la tercera pista, y al ver que no le hacían caso a su majestad y ni pensaban en abrirle la puerta donde no se debe, comenzó a golpear el bus, hacer gestos con las manos, y putear a la micro y a su chofer. Los asientos, escasos. La gente se apelotonaba adelante como si el torniquete del cobrador se la fuera a comer. Y para sorpresa de todos, subió un joven en silla de ruedas. El espacio para poner éstas demostró su utilidad aquí, y todos quienes se afirmaban en ese sector del bus hubieron de buscar nuevas ubicaciones.

Una experiencia un tanto extraña la de andar en un bus nuevo, pero a la que habrá que acostumbrarse, aunque no sé cómo irá a ser la relación entre las gentes y sus nuevos buses. Mi primera visión es algo pesimista, pero quizás las cosas cambien cuando la ciudad no amanezca tan perdida con esta invasión albiverde que se nos viene encima.

Saludos,

S.E., Mrcl. Eduardo Peñailillo B.

lunes, octubre 17, 2005

Discurso anual 2005.

A ver... Desde hace 2 o 3 años (pensándolo después del día 15, no me acordaba exactamente desde cuando lo hago, pero creo que son 3 años), acostumbro escribir un discurso para el día de mi cumpleaños; y no precisamente para festejarme a mi mismo. Las veces anteriores el discurso tenía una distribución limitada, sin embargo, si esta vez lo hice público en la celebración de mi cumpleaños, no veo por qué no ponerlo en el blog...


Santiago, 15 de octubre de 2005

Estimada gente:


La literatura no sirve de nada, pero nos vuelve más lúcidos. Quizás en mi infancia tuve el error o el acierto (es tan subjetivo definir qué fue) de leer demasiada literatura, y es más, leerla a escondidas, como si se tratase de dictadura perseguidora, cuando no era más que mi insomnio que no quería irse a dormir cuando lo mandaban. Creo que eso produjo demasiada lucidez en mi, que si bien no ha servido de mucho para hacerme cambiar, o para dejar de llegar tarde (la última frase también tiene un sentido metafórico, y más de alguien bien lo sabe), al menos sirve para darse cuenta… De algo, supongo.

Mientras me sentaba a intentar escribir esto recibí con sorpresa una encomienda, “urgente”. Y yo, con mi urgencia tantas veces desaprovechada, me pregunté una vez más por qué cierta gente (más hasta de lo que yo mismo creo) me quiere tanto. Es una pregunta que no he sido capaz de responderme, y en parte me atormenta, porque después de años (quizás los mismos tres que llevo aburriendo gente con mis discursos de 15 de octubre) sigo sin acostumbrarme a ello. Sigo quedándome pegado en lo que fue, y por eso reitero las preguntas y los actos. Y quizás este momento tan extraño, este día tan raro para mi en el que cumplo 18 años (aunque los cambios no sean muchos, prefiero darle importancia, a ver si sirve de algo), sea el momento de salir un poco, un poquito, del pasado refugiante. O al menos dejar de hacerme esa pregunta, porque sé que no tiene respuesta; que la respuesta posible, la única, son mis propios actos.

Despertar quizás sea la moraleja del día. Pero surgen nuevas preguntas. ¿Despertar a qué? ¿Para qué despertar, si es más fácil dormir? ¡Ah, dije la palabra clave!... Lo fácil. Si media vida me he ido por ese camino, huyendo de todo. ¿Entonces por qué despertar?

¿Hay algo todavía a lo que despertar?

Contraviniendo todo mi bien armado sistema de estabilidad construido, al parecer sí lo hay. Aunque incluye el riesgo de caerse del catre.

¿Despertar a qué entonces?

Tan simple como despertar a la idea que se pasa por la mente, a la causa tonta que a uno se le ocurre, a la cara triste que le preocupó por un segundo, al árbol que justo esa mañana pareciera ser más verde que otras mañanas, cuando es el mismo árbol de todos los días, ese mismo de la esquina. Despertar al amigo que olvidamos creyendo que era un imbécil, y al imbécil que olvidamos cuando nos dimos cuenta que podía ser un amigo. A la canción que nos hizo temblar la cara, al lugar que nos agradó y quisiéramos volver. A los conocidos que saludamos con la cara ojerosa y la palabra balbuceante cada mañana, y a los que aún no aparecen pero en el banco de la plaza se les podría ocurrir preguntarte la hora, y luego preguntarte tu nombre.

Despertar entonces a lo más simple y a lo más sagrado. A la vida. A la vida; todo y sólo eso.

¿Y para qué? Porque supongo que todavía vale la pena. Todavía puede servir de algo.

Creo entonces que en este día, más que hablar de votaciones, mis futuros viajes a países raros (que ojalá algún día se realicen; escúchanos Señor te rogamos), sueños y pesares; lo importante es que es una oportunidad más de despertar. Un día más para despertar; aunque me falten argumentos teóricos para sustentarlo, y esto no sea más que unas cuantas palabras.

Y al menos por un día, ver si aprendí (puede reemplazarse por un “aprendimos”, pero creo que al menos yo debo bastarme con tomarlo para mi alguna vez) la lección.


Saludos... Y os agradezco muy cordialmente vuestra amistad.


Eduardo Esteban Peñailillo Barra
Conchalí, Santiago, Chile.



Saludos,

S.E., Mrcl. Eduardo Peñailillo Barra.

sábado, octubre 01, 2005

¿Intuición?

A mi se me olvida que hay cosas que hay que hacer o cambiar de tanto en tanto. Por seguridad y por sanidad mental.

El problema es que yo no tengo sanidad mental. Y en el punto anterior: O soy inseguro, o soy despistado.

Bien... Súper bien.

Sin embargo, al parecer mi intuición sí funciona.

Mi intuición; o quizás sea más exacto decir, mi capacidad de asociar elementos lógicos o probablidades. Eso no excluye que a veces parezca más bien una asociación de incoherencias.

O achunte, si andan ahorrativos de palabras.

Alguna gente agradecería esa clase de atributos, aunque fuera en algunas ocasiones de poca importancia. Yo sinceramente me lo tomo con una mezcla de temor e incredulidad. ¿Temor? Pero claro. O sea, toparse de repente con que uno termina por haberse enterado con anticipación de cosas que suceden luego... A mi me deja perplejo.

Aunque a veces, tanto va el cántaro al agua, que pasa.

Tanto esperar un suceso; y no sólo esperar, decir que va a ocurrir, decir que es inevitable... Por supuesto que puede llevar a que ocurra.

Así caminaba yo.

Dirigía mis pasos a casa; buenos libros y bolsa del pan en la mano, como si fuera una escena anticipatoria, pero no lo era...

Entonces pensé "¿y sí?".

Crucé.

Y sí.

Con levantar la mirada bastó para confirmar, para ver, para que cayera el ladrillazo, para asociar y lanzar hipótesis, para perder, para que el suelo se hundiera un poco. Con voltear un poco la cabeza fue suficiente para darse cuenta una vez más que no me es posible borrar; aunque supere. Aunque nada sea lo mismo.

Por supuesto que no lo es.

El alelamiento dio paso a un patear el suelo cada vez que algo así ocurre.

Pero igual quedan resabios de sensaciones.

Hay cosas que a uno le siguen gustando de todos modos.

Malditas imágenes y sensaciones encantadoras; perturbadora sidra de manzana que tiende a envenenarme un poco el alma de tanto en tanto.

Y yo no-creyendo en mi intuición, por creer en otras cosas.

Saludos,

S.E., Mrcl. Eduardo Peñailillo B.