Una tarde nublada en Santiago...
Conchalí, el lugar donde vivo, no tiene Plaza de Armas, al igual que la mayoría de las comunas de Santiago. Por idea de algún "iluminado" del municipio se ha estado construyendo una "Plaza Cívica" (muy ad-hoc con nuestros tiempos de "gobierno ciudadano" y "sociedad civil"... Palabras, palabras, apalbras; como decía la canción.) en una esquina donde antes había una plaza común y corriente en la cual además se ubicaba una sede del Club de Leones (sí, esa organización que le da lentes a bajo precio o gratis a los viejitos... Sinceramente no sé qué otro atributo rescatarle, ya que no conozco la organización) y creo que además estaba la biblioteca municipal. Muy en el estilo actual, la mayor parte de la plaza es cemento y baldosa, en detrimento de los árboles y el pasto, cual paseo peatonal, como queriendo reflotar el "Paseo La Cañadilla" que se realizó entre la Municipalidad y la intersección de las Avenidas Independencia y Dorsal.
Esa clase de plazas no me gustan.
Quienes hayan asistido a la celebración de mi cumpleaños número 18 recordarán que frente a la casa de mi abuela había una plaza, elogiada por todos ustedes, en la que pudieron ver largas hileras de ladrillos a modo de bancas, algunos juegos, pasto a medio cuidar, y maicillo en el resto del terreno, porque hubo dinero para cubrir la tierra; pero a una plaza escondida no se le pone pavimento. Si bien viví años frente a esa plaza, mi relación con esas plazas de población tampoco es tan perfecta. (Y no sólo porque en uno de sus costados me haya mordido un perro.)
A mi me gustan las Plazas de Armas.
Pensando en mi último paseo solitario (mi madre me ha dicho que no viaje solo, pero yo, más que el ser desobediente, necesito mis paseos en soledad, y a veces que sean fuera de los límites de las líneas de Metro) reflexionaba acerca de los viajes que he podido acometer en mi existencia, más allá de que nunca haya salido del país y todo eso. Y por supuesto, en aquella salida mía terminé en una Plaza de Armas: la de Buin. Y hoy sacaba la cuenta de cuántas conozco. Dentro de los límites de la ciudad de Santiago, sólo la de la propia ciudad, que no quedó muy bien luego de su última renovación (por no decir que apenas parece plaza) y llena de bullicio como Santiago es, donde quizás su única ventaja es poder observar a los fotógrafos que sobreviven con un "ponys" artificiales quién sabe cómo (y estoy casi seguro que los disfrazan de Renos en Navidad) y a uno que otro predicador evangélico.
Quilicura, San Bernardo y Puente Alto, que no hasta hace mucho eran localidades separadas de Santiago, tienen sus Plazas de Armas. La de Quilicura tiene mala reputación. La de Puente Alto es un desastre aún peor que la de Santiago; un desierto urbano luego de la construcción de la Línea 4 del Metro, que destrozó a una plaza que, por mis vagos recuerdos, no era una mala plaza. Clara condición del cambio de "ciudad de provincia" a "ciudad dormitorio". La que no he mencionado hasta ahora, y quizás la que más se conserva como una Plaza de Armas típica, es la de San Bernardo, lugar que aún conserva algo de ese ritmo lento y esa organización provinciana que tienen las Plazas de Armas, sin que la presencia de un supermercado "San Francisco" afecte mucho aquello. Es la que me más me gusta de las tres.
Puerto Montt tiene una Plaza de Armas a medio camino entre las "encementadas" y las "típicas", pero al menos esa quedó bien, a pesar de tener los espacios de pasto ausentes, pero la vista del mar la favorece, y el frío. La Serena tiene una Plaza de Armas que se ve inmensa, y que está en extremo limpia (con decir que sólo hallé un par de colillas de cigarros, y ningún boleto de micro... En realidad, no encontré ningún boleto de micro en toda la ciudad.), a lo que además ayuda el aspecto colonial - neocolonial que ofrece buena parte de los edificios que la rodean. A la de Concepción la ví mientras estaban trabajando en ella. Y en la de Temuco era de noche, pero tenía muchas estatuas y una especie de museo o galería que me llamaron la atención.
Son entonces las de las localidades cercanas a Santiago las que más me llaman la atención. Dejando de lado a la ya mencionada de San Bernardo (que además tuve la posilibidad de ver desde las alturas, gracias a Felipe Zaldivia ), conozco la de Lampa, una plaza en la que por entonces había una feria deprimida, y la cual era concurrida aquel domingo por sus jóvenes (al aprecer, no había panorama mejor en el lugar que sentarse en el pasto de la plaza y conversar) y sus "canutos" que marchaban cantando por las calles; la de Talagante, que tiene la particularidad de ser redonda, y a la cual miro con mucho cariño (en la cual, además, han ocurrido accidentes estrambóticos que han sido aún más espectaculares producto de esa configuración de la plaza); la de Melipilla, sí, la misma donde colocan un letrero de Deportes Melipilla anunciando el partido que jugará el club; y la mencionada ya de Buin, en la cual un señor había instalado un vivero en un costado de la plaza, y en la que me senté a degustar un pastel de manzana mientras leía una fotocopia tan vieja como los años en que mi padre no se veía al borde del infarto producto de las bombas lacrimógenas.
¿Qué tienen las Plazas de Armas? Tanta descripción y aún no respondo la pregunta. Por ser lo que son, y también por cómo están hechas (es cosa de fijarse que en la gran mayoría de ellas sus "senderos peatonales" confluyen en un centro), son elementos confluyentes. Todo (y todos) parecen pasar por ella; la vida pareciera transcurrir entre niños que las recorren en bicicletas con rueditas, abuelos que no tienen nada mejor que hacer que irse a sentar en ellas, vendedores de carritos que apuestan a venderle tanto a paseantes como sentados, y uno que otro visitante desconocido que cree que sentándose en una de sus bancas de color generalmente verde oscuro lo va a comprender todo, o al menos va aencontrar una respuesta, de una simple mirada desde su puesto de avanzada a todo lo que transcurre. Porque a veces no hay cosa mejor que rodearlas, rodear sus baldosas interminables que cubren los costados, y sentir que todo es un camino que avanza tanto como retrocede, que se parece y es distinto a la vez.
Mirar a su alrededor la Municipalidad y la Gobernación; la iglesia siempre en un costado con su cruz elevada vigilando un lugar que la mayor parte del tiempo no tiene edificios altos que le compitan en alcanzar el cielo. En más de una, oh idea afortunada, un colegio donde los muchachitos y muchachitas saldrán a eso de las cinco de la tarde a correr y a gritar, y a gastar su dinero en comprar papas fritas aceitosas ante las cuales no les importará que los modales digan que no hay que hablar con la boca llena; y todo ello estará bien. Los colectivos pasando por el costado esperando llevar a sus pasajeros cansados de bucolismo. Los árboles mirándolo todo pasar, cómo siempre lo han hecho; comentándolo como lo hacen y hasta el día de hoy nadie se ha percatado de ello, porque le damos más importancia a la sombra que permite caer sobre el pasto o sobre una banca y sentir que el mundo se detiene en el lugar donde todo parece ir, donde todo parece venir; en lugares donde el eterno flujo es quizás lo que menos importa, y hasta se agradece que los buses deban circular (en algunos casos) una cuadra más allá.
Yo quiero Plaza de Armas.
Saludos,
S.E., Mrcl. Eduardo Peñailillo B.