lunes, noviembre 27, 2006

Mi primer cassette.

Hace un rato, aburrido de que en "Entre nueve y una en Cooperativa" hablaran de una miss no sé cuántito, cambién de radio, y terminé llegando a la Radio Universidad de Chile. Para mi sorpresa sonaba una canción que tiene sus años. "Y nos dieron las diez y las once...", escuché, y no me resultó desconocida.

Al parecer aparecí en un tiempo fronterizo pues alcancé a ver el tiempo en que los cassettes eran la plataforma para la música, sin embargo, también he sido testigo de su rápido desplazamiento por los discos compactos. Pero por aquel entonces, cuando llegaba a Chile la historia del pueblo normal después de un concierto, el cassette tenía un dominio indiscutible. Y yo tuve la extraña pretensión de pedir "Física y Química" para mi.

¿Por qué un muchachito de siete -sí, supongo que por ahí- años y chalecos de colores pediría un cassette así, de un tipo bohemio que en una época más o menos cercana (esto yo no lo sabía entonces, claro; me vine a enterar hace un año, quizás algo menos) venía al Festival de Viña y ponía como exigencia irse de putas? Sólo la canción aquella con que me topé en la radio podría explicarlo. De hecho, nunca escuché demasiado el cassette y nunca me sentí muy atraído (al menos en ese entonces) por otra canción que no fuese esa. Debe haber sido el ritmo ese de vals (cuando no tenía idea de lo que era bailar... bueno, ahora tampoco tengo mucha idea de eso), o quizás las pedradas que le daba a la sucursal del Banco Hispanoamericano, episodio que aún me da algo de risa y que quizás contenga la clave de la respuesta, pues, hasta hoy, siguen atrayéndome las canciones con buenas historias, lo que explica en buena parte algunos gustos arrabaleros de mi persona que suelen resultar poco comprensibles. (Rancheras, por ejemplo. ¿Cómo explicarlo si no fuera porque aquello de no cambiar ni por mil puñados de oro las bendiciones y el cariño de mi madre me parece de las mejores letras que haya escuchado?)

Así pues el señorito que entonces sólo tenía cassettes con cuentos del Tío Rico y de Disney (mi pasado culpable, dirán algunos) tuvo algún día la idea de pedir un cassette que tenía en la portada la cara de un tipo y una leyenda que decía "Física y Química", dos cosas con las cuales, posteriormente, nunca se llevó muy bien, pero la canción aquella sigue gustándole, como lo demostró el que se pusiera a bailarla solo cuando la escuchó por la radio.


Saludos,

S.E., Mrcl. Eduardo Peñailillo B.

martes, noviembre 14, 2006

Mes de María.

Estimado lector. Y lectora. Al leer el título de este escrito probablemente usted piense que voy a hacer una especie de nota histórica. A desempolvar un añejo rito como para hablar de él en afán de recuerdo. Y no es así. De hecho, me nació hablar de este mes precisamente porque me sorprende su vitalidad. Porque me sorprende ver que incluso los sábado a las 7:00 la parroquia está casí llena de fieles, que normalmente no harían algo así, y no deja de ser asombroso saber que sigue rezandose el Mes de María en capillas y parroquias, barrios y plazas, conventos y hospitales... Como cuando, hace no tantos años, mi tía y mi abuela me sacaban a rezar el rosario a la plaza que varios de ustedes conocen. Este año decidí retomar la tradición, por diversos y secretos motivos. Con extraño gusto he podido notar que no he olvidado el rito.

Es que el Mes de María, como suele ocurrir con estas cosas, sigue vivo precisamente por la gente. Por la abuela que cría al nieto y lo lleva a la parroquia en espera de una madre que siempre llega tarde y cansada. Por la madre que no trabaja, y lleva a su hijo que es feliz corriendo por los pasillos del templo, feliz como ella misma no lo es. Por las señoras que viven solas, en esas vidas que parecen ser siempre iguales, cada día igual, y que, en parte por eso y en parte para romper eso, recuerdan que entre el 8 de noviembre y el 8 de diciembre hay que ir a rezar el Rosario. Por el trabajador que demora un poco más la llegada a la casa y al plato de tallarines por un mes sólo porque al estar allí, frente a esa imagen hermosa, siente que vuelve la madre que hace tanto se fue. Por el joven que todavía la tiene consigo, pero está tan lejana que es como si no estuviera, e incluso esta éterea y anticuada le parece más cercana.

El Mes de María debe ser de lo más tradicional de los católicos. Aunque la Adoración Nocturna Chilena, que reparte los folletos con las oraciones del mes, ponga las oraciones con el pronombre "tú", el poder de la gente puede más, y sigue rezando el "vos". Hasta el coro juvenil más innovador se ve obligado a ceder ante el invencible "Venid y vamos todos", himno oficial e indiscutible de estos días. Y aquellas mismas oraciones que aparecen encabezadas por el Pbro. Rodolfo Vergara Antúnez, a quien nadie recordará, pero aquellos párrafos que comienzan con "¡Oh María!" salen a flote de la memoria incluso de aquellos que hace años no volvían a esta tradición que sigue viva.

Alguna vez el Padre Alfredo, nuestro "guía espiritual", ha señalado que la Iglesia Católica a comienzos del siglo XX tenía cuatro pilares: el Partido Conservador, la devoción al Sagrado Corazón, la devoción a la Vírgen del Carmen y los Ejercicios Espirituales (de San Ignacio). El primero murió hace bastante, por más que muchos pretendan ver en la UDI o la DC una especie de émulo. Las devociones al Sagrado Corazón y la Vírgen del Carmen suelen estar venidas a menos; si bien hay gente que las mantiene, ya no son 10 cuadras de jóvenes marchando (lea "Banda de guerra", referido a la procesión por la Patrona de Chile) en honor de la señora del Carmelo. Los ejercicios espirituales son practicados por algunos, sí, pero la mayoría los desconoce, y supongo que no muchos querrían someterse al camino de escoger entre "las dos banderas". De las misas ni hablar; si bien es posible ver parroquias llenas en muchas partes, los datos duros de los números son claros, y con suerte el 20% de los católicos va. Pero sí queda, sí vive, el Mes de María.

¿Por qué? Quizás porque en este país de "huachos", de padre(s) ausente(s), la importancia y la necesidad de la madre es de una intensidad desbordante. Quizás eso es lo que da sentido al joven que la siente lejana, al anciano que ya no la recuperará más, a la señora que nunca lo fue, a, por un mes, sentir aquello de "nuestra buena Madre", creer que es posible que "nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y dé esperanza para el porvenir" cuando cada vez parecemos tener menos un sentido y un motivo. Ahí aparece ella. "La más santa y (...) la mejor de las madres". Tan madre como las otras; como para levantarse a las 6:30 e ir a verla, o dedicarle una hora todos los días en su mes.

Saludos,

S.E., Mrcl. Eduardo Peñailillo B.

jueves, noviembre 02, 2006

¡Melipilla en Primera! (Crónica de un hincha)

Santiago, 31 de octubre de 2006 - 2 de noviembre de 2006.

El viaje hacia Melipilla transcurría con pocas palabras. Es que los nervios y las ansias estaban allí. A tan poco del partido esperado ya no había mucho que decir, pero sí mucho que desear.

Para entonces ya había pasado una semana llena de ansiedad e inquietud. Las circunstancias habían hecho que un partido que de por si prometía se transformara en un duelo decisivo. Un imperdible, un partido que prometía ser memorable. Y que mientras llegaba provocaba que el pensamiento se concentrara en él, cuál huracán absorbiéndolo; que las noches se hicieran interminables y que no hubiera ni sueño ni hambre. Que los nervios hicieran reír por lo bajo, y que pasaran frente a los ojos los datos, las posibilidades, ese "y si ganamos"... Incluso no era extraño sorprenderse gritando solo, como si ya se estuviera ante la cancha.

Felipe me había prestado el "The Clinic", pero apenas le eché una hojeada; la inquietud me impedía leer. Pasado el peaje aparecía Melipilla. En la radio ya a esa hora, las 15:00, transmitían acerca del partido. Mientras íbamos por Vicuña Mackenna se escuchaban los testimonios de los hinchas del Lota, que habían llegado temprano a la ciudad de los cuatro diablos. Pocos autos y poca gente circulaban: Entre el Súperclasico y el partido al que nos dirigíamos, seguramente la gente se comenzaba a guardar para ponerles atención.

Avanzando por Pardo las casas de adobe nos daban la bienvenida. Arriba del bus los hinchas del Lota eran mayoría, y con algunos de ellos comentábamos lo que estaría pasando en Chillán y otras cosas para distender. Al llegar a Benítez el bus se detuvo. Una masa de hinchas lotinos, que realmente llegaron en tropel al Municipal melipillano, intentaba entrar al estadio. A lo lejos, en lo más alto de la galería oriente, se veían algunos hinchas melipillanos. El bus tomó un desvío para llegar al Rodoviario, y por Ortúzar se veía llegar otra marea, esta vez la de los hinchas de blanco y azul. Al parecer llegar una hora y media antes no había sido una medida exagerada.

Bajamos en el Rodoviario y entonces llamé al hombre de las entradas. Todo listo; nos estaba esperando por la puerta donde entran la ambulancia y los bomberos. Se sentía la efervescencia de la gente mientras cruzábamos, y allí, al frente, un hombre de jockey y maleta (sin ser "el hombre del maletín") levantaba la mano para decir que ya me había reconocido. Hechas las presentaciones varias, había que arreglar el tema de las entradas. Tres de los que habíamos subido al bus se nos separaron: entraban por Benítez. Los cuatro que éramos desde ahora en adelante entramos por la puerta chica de Ortúzar, y acordamos ponernos en la oriente a pesar del sol, sólo porque la presencia de la barra lo haría más entretenido. Después nos daríamos cuenta que no nos habíamos equivocado, y que además el sol no iba a ser una gran molestia. La fuerza del viento, que corrió toda la tarde, anuló los efectos del astro rey.

Nos ubicamos cerca de la barra, ahí en "la popular", lo suficientemente alto para ver bien el partido. Para lo que faltaba más de una hora. Amenizaba el ambiente la música del recuerdo, y con el Memo nos acordábamos de todas esas canciones de Buddy Richard y los Hermanos Zabaleta, que no corresponden al típico repertorio del "DJ" (término que nos hizo acordar cómplicemente de una canción de nuestro ídolo con quien me acompañaba a la derecha) del Municipal melipillano. Pero pronto volvió a la normalidad, con cumbias. El hambre comenzaba a hacer algo de efecto, y para entonces desenfundamos los sanguches y las galletas, a fin de engañar al estómago.

Después del "mange", el aliento. Los lotinos comenzaron a hinchar, obviamente molestando a la barra melipillana, y no tardamos en responder. Los hinchas de siempre gritaban cuando se extendió la camiseta gigante de los Meliadictos, esa que con tanto orgullo se ha presentado en otras canchas. Y estábamos en esa cuando de pronto baja algo por la galería. ¡La bandera gigante! Con entusiasmo, aunque la primera vez sin entender mucho lo que pasaba, la gente -entre la que me incluía- fue bajando la bandera y agitándola con entusiasmo, aplaudiendo cuando se replegó. Aquella bandera gigante nos garantizaba entretención para el partido.

Partido para el que no faltaba mucho. Nostalgia miraba a la gente, curiosa por el ambiente de estadio, Memo y Zaldee ya estaban con los audífonos en las orejas, y yo que de puro ansioso no quería poner la radio para escuchar los avisos de Supermercados Romanini y Emelectric que ya me sé de memoria, y que me desafíen a cantarles los "jingles" promocionales. Prefería pasar los nervios en silencio, con el ruido del viento y de los cánticos. Mientras, nos divertíamos viendo a Traverso y compañía hacer el calentamiento moviendo los pies para un lado y para el otro. Miraba para los lados y veía lo increíble: gente de pie. Y mucha. Me recordaba las imágenes del "Federico Schwager" con la gente tras esos pasillos de rejas y yo en la semana diciendo "no, aquí no se puede poner gente de pie". Ahí estaban. El público había desbordado las expectativas, restando varios minutos para el partido. Cuando faltaban unos veinte minutos prendí la radio y saqué la libreta de notas. Todo listo, y sólo faltaba el pitido inicial.

Primero salieron los lotinos, encabezados por su típico minero, que recordaba haber visto la semana pasada en "Pelotas". Y después, ¡Deportes Melipilla! Gritamos para recibirlos y yo agité mi bandera, pero pronto los gritos se callaron. Es que el polvo blanco de los extintores nos cubrió, pero pocas veces he quedado empolvado con más felicidad. Bajó de las alturas la bandera gigante y la agitamos entre gritos y saltos, para alentar a un equipo que lo necesitaba. Pasado el humo y subida la bandera nos sentamos. Comenzaba el partido.

Pronto los nervios que mostraba Deportes Melipilla en la cancha se me transmitieron, y las chuchadas se hicieron proporcionales a los errores que mostraba el equipo de mis amores. Recuerdo haber desatado la hilaridad de mis amigos con una larga serie de chuchadas que le eché a un lotino que fauleó a uno del Potro cerca de la galería visitante: un verdadero rosario de improperios que me hizo darme cuenta de que debía guardar algo de calma. Calma que era difícil mantener con los goles que se perdía Lagunas, y con los que Lota dejaba pasar. Era la primera mitad y terminaba a cero. Y yo pensaba que nos iba a pasar lo mismo que en todos los partidos anteriores.

De todos modos al salir de nuevo el equipo me levanté agitando mi bandera y grité para animarles, aunque no me oyeran. Las plegarias de la semana fueron escuchadas, pues, al parecer, la bondad alcanzaba como para regalarle un triunfo a los hinchas melipillanos, a los de siempre y a los de ocasión. Una jugada inentendible, pero daba lo mismo. Cuando el defensor lotino la sacaba desde dentro nos mirábamos con una cara de "entró, ¿cierto?". Y Osses señalaba el centro de la cancha, y los jugadores de Melipilla atinaban a abrazarse. ¡Era gol! ¡Sí, era gol! ¡Gooooooool! ¡Me-li-pi-llla, Me-li-pi-lla! ¡Qué se pare Melipilla! Gol, sí, ¿qué importaba cómo? Era para sonreír, para gritar, para agitar la bandera al viento respondiéndole a Pericás y a los jugadores que llamaban a alentar.

Ahí despertó el equipo y despertó la alegría. Pero faltaba más. Mientras me imaginaba al frente a Mauricio y a Luis en silencio acá nos recuerdo ante un córner de Johan Fuentes gritando como en el circo romano "¡gol! ¡gol! ¡gol!". Y llegó el otro gol. Un golazo. Pericás le hizo todo el honor a su apodo, y de haber estado el Reno ahí le habría dicho "¿viste que era Maestro?". Nostalgia sabe cómo festejé ese gol, ese gol que me hizo saltar frenéticamente sobre el tablón, aún a riesgo de caerme. ¡Gooool! ¡2-0, ahora sí, ahora sí que parecía listo! Y cómo no creerlo, si en la cancha veía al fin al equipo ese que ganó tantos partidos; al que me tocó más escuchar que ver, porque perdió con Curicó, con Magallanes no jugó a nada, y con el mismo Lota casi termina provocándome un infarto. Ahora sí, y se ganaban unos ¡óle! entusiastas, y yo me emocionaba porque era la primera vez que veía algo así; porque para 2004 recién estaba recuperando la afición, y para el 92 era muy chico y mi abuela aún no me hablaba de este equipo, aún no me presentaba al señor de las banderas, ni íbamos solitarios yo, ella y mi padre a una tarde en Santa Laura, con menos gente que en reunión del Partido Liberal y ahí, sin nadie alrededor, vimos jugar a ese equipo de blanco y azul.

Se acercaba el momento. Allá en la norponiente, donde la primera vez que fui al Roberto Bravo Santibáñez tuve que aguantar un tiempo, porque entonces no sabía que el papá del Memo siempre llega atrasado a los partidos, el silencio se sentía. Acá el carnaval estaba a punto de desatarse. El pitido no hizo más que dar la señal de inicio. ¡Melipilla en Primera! era el grito, y allá lejos, en la banca, los de rojo se fundían en un abrazo. La gente que fue acumulándose tras el tablero marcador, ese mismo que antes del penal aquel domingo de invierno había cambiado sin que se hubiera metido el gol, salió corriendo hacia la cancha. Encabezados por la bandera a cuadros con los potros azules, más orgullosa que nunca, se acercaron a los jugadores, los que habían logrado todo esto. Los que hoy reemplazaban los recuerdos de ese globito de la U. de Conce, del mal arbitraje ante la Católica, de la liguilla que se sentenció en Rancagua, con una alegría que era fin y comienzo de un sueño.

Bajó la bandera gigante una vez más, flameando con más entusiasmo que nunca. Luego vinieron a saludar, emocionados. Los aplaudimos de pie los cuatro, mirando su emoción. El flaco Medina, aquel de la entrevista en la "Triunfo" que traía un papel adhesivo con mi nombre, parecía un cabro chico subido en la reja, gritando, recordando seguramente a su hijo. Franco Cabrera se creía el jefe de la barra y se había apoderado de la bandera con los potros, haciéndola flamear. Flameaban todas las banderas blanquiazules, el viento agitaba a los caballitos mientras a lo lejos las visitas comenzaban a partir. Abracé a los muchachos, a la muchacha, por la compañía, por la alegría, por el bendito momento. Los jugadores se iban, pero se decidieron a dar la vuelta, y volvieron los gritos y pobres de los que se hubieran ido antes, porque ¡es un carnaval, es un carnaval, es un carnaval, Melipilla es inmortal!, y era inmortal, más que nunca, al menos para mi; el viaje, la plata gastada, el año y un poco más en el blog, las dos horas y media cada domingo y luego quedándose a escribir en el computador, todo había valido la pena.

Finalmente se fueron a cantar con Musrri en los camarines. Nos sacamos algunas fotos más, y fui sincero. No me quería ir. Pensé en ir a la Plaza, pero ya era tarde, y la ciudad donde nadie comprendería la camiseta que llevaba puesta me esperaba, nos esperaba. Eché unas miradas al "Roberto Bravo" para no olvidar nunca más, con nostalgia y una alegría que se irradiaba. Salimos a Ortúzar y me animé a agitar la bandera, en medio de algunos bocinazos, algunos de ellos respondiéndome. Era una fiesta. El papel blanco llenaba la galería oriente, pero ahora la veíamos a lo lejos, desde el Rodoviario. Ya en el bus, la radio nunca habló de nuestro triunfo, y sí del Colo con la U. No importaba nada. Ahí había estado, para verlo. Para no olvidarlo nunca más.


Como en aquel "Cosas del fútbol" que tiene su espacio bien ganado en mi repisa, es la hora de los agradecimientos. A Gonzalo, que me hace propaganda, me contactó, y me advirtió que no pusiera su foto en el fotolog. A Patricio, que no se hizo problemas en comprarle 8 entradas a este individuo y en interrumpir su labor para salir a dejármelas. A Juan Carlos, con quien nos quedamos mandándonos mails algunas madrugadas, de esas en que apenas se podía dormir. A Mauricio, por todas las nerviosas charlas de la semana, y especialmente por el gesto que tuvo al despedirnos. A Badir, que se aguantó las lágrimas para sacarme unas fotos, que pondré en los próximos días. A Andrea, porque otra podría con justa razón haberme exigido pasar aquellas horas en otra parte, pero ella no; partió al estadio conmigo. A Memo y Zaldee, que fueron unos hinchas más y salieron de Santiago en esta aventura extraña. A Diego, que me llamó "colega hincha" cuando me escribió, siendo que más nunca que tarde puedo ir a un partido. Y a mi madrina que, como se lo escribí, sin ella yo no hubiera estado ahí.


Desde la capital de Chile, un hincha de Deportes Melipilla,

Eduardo Peñailillo.


Esta es una "coproducción" con "Las aventuras y desventuras de Deportes Melipilla"

Saludos,

S.E., Mrcl. Eduardo Peñailillo B.