martes, diciembre 12, 2006

Se murió.

10 de diciembre. Era un domingo más. Desperté tarde, pues me acosté bastante tarde hablando y escuchando canciones. De todos modos, alcanzamos a llegar a la misa de doce, que tuvo bastante concurrencia, como siempre. El calor, el típico del de un domingo de diciembre, sofocando desde tempranos momentos del día. Lo único anormal fue que mi tía, por vez primera, pudo comprar empanadas a la salida de misa. (El público suele agotarlas rápidamente)

Fuimos a almorzar a casa de mi abuela Guille, como solemos hacerlo muchos domingos. La sensación de sofoco era la misma que suele sentirse todos los días de calor en esa casa. El almuerzo, como siempre, constó de dos platos, y en la TV había puesta una serial, como para pasar la hora y el día. Mientras comíamos "el segundo", una llamada. Mi abuela, discretamente pero no tanto, se preguntaba cómo a mi tía, su hija, se le ocurría llamar a esa hora. Esa llamada portaba las noticias que el ineficiente RED TV no fue capaz de dar al momento.

La llamada causó que cambiáramos la TV. Que decía que Augusto Pinochet había muerto. Al parecer, nadie de los cinco que estábamos en la mesa le tomamos el peso al asunto de inmediato. Ni ningún gran peso posteriormente. Veíamos las imágenes y escuchábamos las palabras. Pero no hubo ninguna gran explosión, ninguna expresión de gran emotividad. Mi tía María se fue a dormir. Desconozco si hará lo que decía el viernes: que se tomaría una semana luego del hecho. Yo, mi madre, mi tía abuela y mi citada abuela nos quedamos a la mesa, viendo la televisión, y hablando, pero no mucho. Intentamos ubicar a mi otra abuela, sin éxito. Después yo sabría por qué.

Se había muerto. Había razones para creer que mi tía abuela, que para 1973 era dirigente en su fábrica, logró llegar a duras penas a casa el 11, y luego pasó unos días detenida y perdió sus ahorros en las devaluaciones, podría festejar. Se puso contenta, pero dijo muy poco. Su hermana, que inexplicablemente (o sea, hay una sola explicación: el rencor hacia su hermana ya mencionada) se ha puesto más derechista con la edad, hizo pocos comentarios. Yo y mi madre lanzamos algunas tallas, pero dijimos poco. Y es que ambos coincidimos bastante en nuestras reacciones. No había motivo de salir a abrir champaña, como algunos. Pero tampoco ni una lágrima ni pena por alguien que no la merece.

Sí historia y recuerdo.

De vuelta a casa mi madre me contaba algo que yo desconocía. A mis abuelos paternos, que se mofaban de la muerte del tirano por teléfono, el 11 de septiembre del 73 sus vecinos les fueron a bailar en las afueras de su casa, por ser partidarios de Allende. Imagino, es una de las cosas que me gustaría sentenciar escribiendo historia, que a mucha gente le pasó lo mismo. No considero por ello que deba salir ahora a bailar frente a la casa de alguien. Pues la bajeza humana no es algo que deba compartirse. Los errores están para superarlos, no para imitarlos. Comprendo las sonrisas de aquellos que tuvieron muertos durante la dictadura/gobierno autoritario, los besos de los padres de los Vergara Toledo de Villa Francia (que reaccionó, más allá de las barricadas, con recuerdo y películas, y no como los pseudoanarquistas-"dejar la cagada" que, como decían en el fotolog de un amigo, deberían quemarse la raja, pues jetones como esos hacen que la gente pida a gritos gente como Pinochet.), pero yo no considero que haya habido nada que festejar. Se murió, como toda la gente muere; eso no es en si mismo una victoria. Lo único que demuestra es que no era "inmortal", como los carteles de sus incondicionales decían.

Además, ¿por qué alegrarse? Hoy he visto por televisión, por supuesto, extranjera (TV5 de Francia) una noticia que debería darnos vergüenza. Pues la Etiopía de la que nos acordamos con lástima y sorna por sus niñitos hambrientos, la Etiopía en la cual hasta hoy un viaje dentro del país podría demorar meses, que apenas tiene una línea de ferrocarril; esa Etiopía ha conseguido condenar a su dictador Mengistu, de inspiración marxista, por genocidio, muertes muchas de las cuales cometidas contra eritreos, que ahora, como nación independiente, son azuzados por su gobierno contra Etiopía. Ellos lo hicieron, después de 10 años, con calles de tierra. ¿Y acá? Se equivoca el señor Libedinsky, que me parece respetable, cuando dice que el Poder Judicial chileno hizo todo lo que pudo. La Alta Corte Federal de Etiopía hoy, en un sabio acto de la vida, acaba de hacer tabla rasa con sus palabras.

Lástima no se merece. ¿Lástima a alguien que lo tuvo todo, que aprovechó todo? Uno de los que fuera mis profesores lleva días esperando una cama para operarse de un tumor. Este individuo tenía una ambulancia y una cama en un hospital aseguradas para lo que le ocurriera. En la balanza, mi profesor merecería mucho más ser atendido por un médico, a mi parecer. Cuando estuvo preso, tuvo abogados, el mejor abogado de este país en realidad (en términos meramente jurídicos). Sin hacer nada vivió mejor que los que viven bajo los puentes, que los que cosechan zanahorias en las noches de invierno, que los pirquineros, que casi toda esta nación. ¿Qué lástima debería tenerle? No, ninguna.

Tampoco pediré por su alma. Me referiré aquí a un punto que me resulta doloroso. Es que estoy profundamente decepcionado de la reacción de la iglesia a la que adscribo, la Iglesia Católica, ante estos episodios. No porque hayan ido a hacerle misas y responsos, pues eso cabe para todo católico en la hora de la muerte, desde el que ha asesinado hasta el bebé que muere a los días. Sino que de otras palabras, innecesarias. Que el cardenal arzobispo de Santiago, Francisco Javier Errázuriz, haya señalado que "[Pinochet] sintió el deber de asumir el mando supremo de la Nación" y "En esta hora le agradecemos a Dios todas las cualidades que le dio y todo el bien que hizo a nuestra Patria" me parece poco menos que una traición a la memoria de sus antecesores Raúl Silva Henríquez y Juan Francisco Fresno. Pues si bien en su momento el cardenal Silva Henríquez dio un apoyo limitado al Golpe, denunciando también los aspectos que le parecían ilegítimos; a la luz de lo que sabemos actualmente no podemos decir que Pinochet haya "sentido el deber". Fue un oportunista, un sobreviviente, un tipo que dijo "si no lo hago yo otros pasarán por sobre mi". No me parece que lo haya movido una conciencia patriótica. Y desconozco qué deberíamos agradecerle, pues sus antecesores ya mencionados denunciaron públicamente todo el mal causado por su gobierno, y eso no estuvo presente en las palabras de la autoridad eclesiástica de Santiago. Si no iba a mencionar esta arista, no veo por qué mencionó la otra. Y lo del supuesto deber pudo ser obviado. Por otro lado de parte de la Iglesia, la misma que habló de "cultura de muerte" durante su mandato, no leí ninguna reacción que me parezca en relación con ello, salvo quizás la del antiguo Vicario para los Trabajadores, monseñor Baeza. La más notable de las reacciones de la Iglesia tuvo que venir de... Paraguay. Y es que el obispo Melanio Medina "consideró que el ex dictador Augusto Pinochet, fallecido el domingo, tendrá 'un veredicto inapelable de Dios' al no responder en vida por los crímenes perpetrados durante su régimen." (Radio Cooperativa, 11-12-06). Como creyente, y también con él como creyente en la misma fe, esa certeza me tranquiliza, pues se sabe que no es Dios quien condena, sino los hombres, y "de los arrepentidos es el reino de los cielos", pero el cielo no se abrirá en júbilo para alguien que, al menos dentro de lo que sabemos, nunca fue capaz de decir "perdón" ni de tener "un gesto de grandeza"; gesto que, como me recordaba hoy mi abuelo, salvó la figura de O'Higgins para la posteridad, pues éste fue capaz de decir "aquí está mi pecho" y retirarse. Pinochet no siguió en el poder porque Merino, Matthei y Stange no lo respaldaron.

Da para ver paradojas y reacciones inexplicables este hecho, una de ellas es la de Matthei. Pudiendo pasar a la historia como el hombre que dijo "tengo claro que ganó el No, pero estamos tranquilos", ahora se le ocurre tildar al mismo que quería hacerle firmar poderes especiales de "un gigante". Quiero creer que este de verdad tiene demencia, pero no lo sé, especialmente considerando que aceptó quedarse al mando de la Fuerza Aérea cuando Leigh, que podrá haber sido muy fascista pero al toda la vida se mantuvo en un camino claro, a mi parecer, fue "echado" por Pinochet. En un aparte quiero respaldar a Belisario Velasco, criticable por muchas cosas, pero en este asunto el único tipo con cojones (salvo quizás la ministra Blanlot... Y bueno, en este caso, Bachelet estaba de manos atadas, lo sabemos) de este Gobierno, pues dijo la verdad, Pinochet no es un héroe, no es el salvador de la Patria, pero tampoco Satanás encarnado. Es lo que es, un dictador más, un tirano, y una creatura de la historia y una sociedad que tampoco asumen haberle dado espacio. (Ravinet puede meterse su "mal gusto" donde le quepa; lo suyo es, como dijo el dignísimo senador Ruíz Esquide, "inaceptable".)

Pues un hombre como él no nació por voluntad propia, sino ante una oportunidad abierta. Abierta, como señala hoy "La Nación", que me parece que ha tenido una gran reacción tanto el lunes como el martes en sus ediciones, porque en su momento nadie (ni derecha, ni izquierda, ni decé, ni pueblo. Hago dos posibles excepciones, que son las que creo conocer: Carlos Prats y Raúl Silva Henríquez) tuvo demasiado compromiso con la democracia, con la justicia, con el respeto por los otros... Pues la voluntad de "hacer la revolución" o "acabar con el marxismo" estaba por sobre todo. Incluso ante el matar. Y Pinochet, y sus colaboradores, y todos aquellos que incitaron la violencia, del bando que sean, saben y sabemos que "no matarás". Las manos están manchadas con sangre en el caso de muchos, y de pocos se ha oído la palabra que sí se oyó de un hombre al que muchos criticarán por "haberse dado vuelta la chaqueta" o por "golpista", pero que al menos reconoció su error, como es el pifiado durante el funeral: Patricio Aylwin Azócar.

La vida, Dios para los que creemos, es más sabia que todos nosotros juntos... Pinochet murió fracasado, a pesar de los vítores de sus partidarios. Por su mente debe haber pasado una muerte como la de Franco, al que dudo que se le destruya algún día su Valle de los Caídos. Este va a tener que quedarse en una ánfora, en una casa, que quizás algún día alguien robe o venda. A Franco (recordemos además que el gobierno español prefirió echar a Pinochet para recibir a las otras altas personalidades) lo despidieron dignatarios de toda Europa. A este, sus seguidores de opereta y el Ejército, que no hizo más que cumplir con un deber que me parece un "cacho" para esta institución. Morirá además ignorado, sin mucha pena ni mucha gloria, pues mañana el país vibrará con Colo Colo, que si gana dará paso a un país blanco el jueves, o a una depresión general, pero borrará su noticia de las mentes, y luego la Navidad, el Año Nuevo, los fuegos artificiales, el verano y los culos en directo desde las playas, y la vida seguirá. No se morirá nadie ni se acabará el mundo con su muerte.

La vida... Es paradójico, pues el mismo día en que "estiró la pata" recibí la noticia de que tengo una hermana, que nació una personita indefensa que lleva mi mismo primer apellido. Y que espero que, a pesar de que no nace bajo los mejores augurios, sea un signo de esperanza. De esperanza que las cosas sean distintas. Pues no puedo sino concordar, al mirar y al vivir en este país, lo dicho por el escritor Darío Oses ayer en "La Nación": que "la larga noche del general volverá a extenderse sobre nuestra patria". Pues no se ha reconocido que le dimos espacio a su capa. Podríamos volver a hacerlo.

Sin embargo, quisiera despedirme con una luz de esperanza. Se murió. Al fin, tenía que ocurrir. Que su nombre y sus actos nos queden en la memoria sólo para asociarlo con dos palabras: Nunca más.


Saludos,

S.E., Mrcl. Eduardo Peñailillo B.

1 comentario:

Anónimo dijo...

gracias...tu padre