lunes, octubre 15, 2007

Discurso anual 2007.

Santiago, 15 de octubre de 2007.

Espero que este retomar una costumbre anual y ponerla en este lugar abandonado sea el primer paso para retomar los escritos aquí; que cosas para decir tengo, y he intentado escribirlas, pero me ha faltado la laboriosidad para plasmarlas. De momento, a cada momento su afán, y estas son las palabras de este momento y este lugar:

Santiago, 15 de octubre de 2007.

Estimados y estimadas:

A poco de finalizar la jornada, debo decir que finalmente no me he quedado con la sensación de que esta fecha fue un desastre. A pesar de los malos días previos, y de los numerosos sinsabores e imprevistos, que no detallaré en este momento (pues “lo que pasó, pasó”), finalmente ha resultado ser un día bastante especial y digno de su nombre, digno de ser celebrado y recordado. Por lo mismo, finalmente (y como lo planeaba) he decidido continuar un año más con mi pequeña y extraña tradición anual de dedicarme a escribir unas palabras tanto para mi como para el pequeño mundo de mis conocidos, amigos y familiares. Para el cómo los nefastos presagios lograron convertirse en una celebración merecedora de aquel nombre (pues así lo fue, aunque, como suele ocurrirme, no haya tenido nada que ver con mis planes y mis buenas intenciones), sólo puedo decir dos cosas: la primera es decir que el amor es capaz de hacer feliz a un gruñón “birthday boy” (le robo el término a quien lo usó) de 20 años que una vez más se ha dejado caer en el pesimismo y baja los brazos, y la segunda es que, tal parece, (cito) “(Dios) él no abandona a sus hijos y mucho menos hace oídos sordos a sus plegarias”. (Grandes palabras si consideramos que quien las dice no es precisamente una persona muy creyente, pero –lo que es más importante- tiene un alma noble)

He señalado que también estas palabras van “para mi”, y si ya enviar esta clase de proclamas cada año es extraño, decir además que hago el solipsista ejercicio de hacerlas también pensando en mi mismo puede llegar a parecer el colmo de lo absurdo. Para mi sin embargo tiene lógica. ¿Por qué? Esta clase de escritos son también un ejercicio para el futuro recuerdo, para en algún momento próximo o lejano poder retroceder la mirada y encontrarse un poco con el de aquel momento, que a veces es uno mismo y a veces no. Es que el hecho de tener que poner ideas y pensamientos en el papel, aunque sea en una hoja virtual y no a mano (como sería el ideal) junto con ser un muy buen ejercicio (también la práctica mejor la prosa) ayuda a tener un poco más claro que diablos pasa por la cabeza de uno.

Es, por último y en principio, un ejercicio de memoria. Y la memoria, en muchos casos, es ineludible de esta clase de fechas. La memoria no es sólo una virtud salva-pruebas, o un elemento que los historiadores de todos los tiempos posibles usarán y moldearán del modo que les convenga; es también parte de la vida íntima, de un compartimiento existente en el ser humano, muchas veces íntimo y secreto. Y también es ladrillo que construye la historia.

¿Por qué hablar de la memoria? Junto con ser esta fecha una en la cual obviamente los recuerdos y las ideas se vienen a la mente, debo señalar que también me motiva el hecho de que he tenido a la memoria, a la mía particular para ser exactos, muy presente en el último tiempo. Como si quisiera extrapolar las herramientas de la disciplina al pequeño fuero de mi existencia, la he usado y analizado, y he cuestionado el mismo uso realizado. ¿Vale la pena remecer la memoria para ir al encuentro de ella y encontrar en más de un caso lo que uno no quisiera encontrar? Es cosa que, a veces, puede hacerse con la excusa del análisis, con la intención y la creencia de que el ejercicio exploratorio tiene como fin incluso el progreso, que esa revisión que –cual sacado de muebles- desnuda las paredes y las telarañas permitirá afirmar los cimientos, y a partir de la reflexión elaborar un camino mejor, poder hacer las cosas de otro modo; o, en un ejercicio más arriesgado y profundo, lograr reconstruir y diagnosticar los hilos que nos llevaron a enredar ciertas madejas en algún momento. No digo que sea un ejercicio de limpieza tan sólo porque si bien es posible borrar elementos de la memoria (¿o sólo subyacen ocultos, a medio olvidar, como carpetas invisibles que aún ocupan espacio en el archivo?) tal parece que para lograr aquel objetivo no es necesario sólo el deseo consciente pues, ¿no pasa a veces que recordamos lo que no quisiéramos volver a oír mentar?

Ejercitar en la memoria para explorar en ella y analizar en ella puede parecer un ejercicio inofensivo, sin embargo creo que también puede provocar ciertos riesgos. Uno puede terminar quedándose en el mero recuerdo, ahondando situaciones al punto de profundizarlas como los cráteres de Avenida La Paz (o Avenida Independencia, para aquellos que saben por dónde pasan las micros de CODETRAN), lo cual no tiene sentido. Así como darse vueltas en situaciones más que resolverlas es una actividad de poca utilidad, pensar demasiado en lo que no se hizo o no se hizo de otro modo es nocivo cuando uno se olvida de otro aspecto de la memoria.

La memoria no está sólo para mirarla para atrás, para en momentos de nostalgia y de penurias, o de encuentros con viejos conocidos, salga a flote, salve conversaciones, saque risas y arranque lágrimas. Por supuesto que para eso también sirve, y me parece bastante bien esa cotidianeidad de la memoria en tanto recuerdo. Como elemento de construcción de la historia (hablando ya en un plano más “de la profesión”) no deja de ser algo muy interesante su estudio. Pero, como ya se nota, he hablado de la memoria en tanto elemento personal, y en ese aspecto la memoria tiene otra dimensión. La memoria también es posible (y de hecho, lo hacemos) de construir.

“La historia es el relato de aquellos sucesos dignos de memoria”, y cada uno de nosotros es actor de esa historia y de esa memoria. A veces en la vorágine de la historia del día a día parecemos olvidar que cada día, que cada momento, puede ser memoria e historia (aunque, ¿sería posible para alguien que todos los momentos fueran historia y memoria?), que en cada uno de esos episodios podemos construirlos.

Construir memoria a mi modo de ver resulta una tarea de lo más interesante. Significa existir no sólo para lo rutinario, no sólo para lo que va a pasar, para lo que esperamos olvidar apenas sea posible hacerlo, significa no vivir esperando un futuro que caído del cielo sea memorable, sino que en el hacer del presente pensemos en un futuro memorable construyendo un pasado digno de esa memoria. Y construir memoria en las historias particulares no pasa sólo por realizar hechos heroicos o de gran tamaño, o salir en los periódicos (como “El Mercurio” rodeado de las autoridades de cierta municipalidad) o la televisión (ejem…), sino mucho más en valorar los instantes y momentos anónimos que van formando, que van marcando, o que simplemente pasaron por nuestra alma de un modo tal que forman parte de nosotros a veces queriéndolo, y a veces no tanto.

Al final resulta que en esto de hablar de construir memoria he terminado hablando no del pasado, sino que del presente. ¿Y cómo se da esa relación? Quizás se pueda explicar de forma muy sencilla si pensamos que un cumpleaños, y es algo muy natural, es una fecha donde uno suele recordar, darse el gusto de navegar un rato en la memoria y en la nostalgia (o sea, el recuerdo de las cosas que valen la pena, ¿o uno tiene nostalgia de todo lo que le ha ocurrido? Aún si consideramos a la nostalgia como una “algia”, como un dolor –aunque personalmente me inclino por una nueva definición, más abierta a hechos más alegres-, ese dolor no lo causa cualquier objeto de recuerdo.), sucede que también esto de cumple-años, la fecha de cumplir años, (y te cito de nuevo) “¡es el instante de celebrar la vida!”; y puede que eso haya sido lo que tenía que aprender este año. Que no es la celebración de las tragedias o de mis ganas de irme a Rancagua cada año que pasa este día, ni la celebración de las buenas intenciones (que suelen desaparecer muy fácilmente) o las ideas que parecen luminosas, sino que de la vida, de la vida como venga, aunque a veces venga con tantas piedras, aunque a veces sea como jugar con las olas en Laguna Verde; vida que a veces, como la memoria, cree uno que debe analizar y teorizar, y no es que uno deba vivirla a “tontas y a locas” precisamente, pero más que someterla a estudio, deberías bastar con vivirla con la mayor plenitud y pasión posibles, y eso ya es la mejor celebración y la mejor memoria que se puede tener.

Hoy cumplí 20 años y las cosas no salieron ni como pensé, ni como temí, ni como mis buenas intenciones pensaron en algún momento. Pero me dejé llevar por la vida, me reconocí débil y me puse en las manos de quien me quiere, le abrí un espacio a celebrar la vida simplemente, con un poco menos de miedo de lo habitual, y resultó ser una fecha digna de memoria, de la mejor nostalgia posible.

¡Qué vengan veinte más!


Mis más cordiales saludos,

Eduardo Esteban Peñailillo Barra
Conchalí, Santiago, Chile.