miércoles, diciembre 31, 2008

Todo comenzó cuando terminó: Apuntes sobre nostalgias de años colegiales.

Santiago, 31 de diciembre de 2008.

Todo comenzó cuando terminó. Esta frase es la mejor manera de comenzar la majamama que escribiré a continuación.

Hace algunos días, a la carrera camino del bus que me llevaría a Valparaíso y a darle la mano a Manzanero (¡pero eso es otra historia!), hice una escala en la Clínica Dávila para visitar a una persona enferma. No cualquiera, ciertamente. Se trataba de mi primera profesora de la básica, la Miss Carmen (sí, en aquel colegio tenían la "siútica" costumbre de que a las profesoras había que llamarlas "Miss", cosa que yo no repetí al momento del reencuentro. Usé el "profesora" que, con el "profesor" que uso para los hombres, son para mi un título de sumo respeto y valoración); la misma que en Segundo Básico se encargó de decirme que yo debía buscar otro colegio o me "atrofiaría" en el que estaba, con consecuencias que ella no pudo jamás imaginar (tampoco yo). Una pancreatitis aguda a causa de unos cálculos llevaron a mi profesora a la Unidad de Tratamiento Intensivo. Lo supe a causa de mi tía Gigi, educadora de párvulos en el mismo colegio, y que lleva allí tantos años como ella. Sospechaba que no podría alcanzar a visitarla, por eso no me hice anunciar por ella y mi madre, que partieron antes. Sin embargo, a veces hago milagros, Transantiago me trata bien (¡eso da para dos "posts" más!), y siempre me gusta tratar de hacerlo todo, por lo cual logré llegar, como siempre casi al filo, pero a tiempo para siquiera saludar.

Ni ella ni yo nos hubiéramos imaginado un reencuentro así. Años después de yo irme de ese colegio y de que ella dejara de ser mi profesora me la encontré, pero en un lugar obvio: la esquina afuera de ese colegio. Aún entonces tomaba la micro 313, la Cerro Navia-Huechuraba, detalle que en su lecho de enferma le recordé y que le sorprendió y la hizo reír. Pero de aquellos años, ella recordaba más que yo. Los nombres de quienes fueran compañeros míos (y con ello tiene que ver lo último que diré en este comentario), y que he olvidado casi todos, pues aquellos tres primeros años de mi presencia en el sistema educativo pasaron hace mucho y mi memoria no recuerda demasiado de esos nombres y rostros. A mi profesora sí. Otras cosas también. Estuvimos una media hora conversando, recordando viejos tiempos. Me dijo que se había reunido con algunos de mis ex compañeros, y que la iban a ver a mi ex colegio. Y yo pensé que, aún con ese motivo, y aún más teniendo una tía trabajando ahí, con suerte había vuelto una vez a entrar a ese lugar. No tengo muchas ganas de volver realmente. Pero aún menos a mi segundo ex colegio.

Otra cosa es el Instituto Nacional. Después de salir de allí, de "mis años felices" como a veces digo, he tenido muchas ganas de volver a entrar, de recorrer sus pasillos y lugares. No me ha sido posible, a pesar de que en dos ocasiones, Día del Patrimonio Cultural y una exposición de unos alumnos demos gracias, he logrado volver a recorrer parte de él. Pero ni pensar en algo como lo que nos sucedió el primer día de clases en ese lugar, cuando un individuo desconocido entró a una sala llena de muchachos impacientes y nerviosos siendo tan sólo un ex alumno y se puso a contarnos de su experiencia mientras llegaba el docente a cargo de esa hora. Todo gracias a las políticas de "seguridad" de cierto rector poco querido. El consuelo ha sido encontrar, a goterones espaciados, a algunos de mis antiguos maestros en la calle. Paradójicamente, a quien más he encontrado ha sido a una antigua profesora de Matemáticas (mi segunda asignatura más débil, luego de Biología); y no he vuelto a conversar con ninguno de Historia, que quizás se sorprenderían si supieran lo que estudio.

Hace algunos días me tocó presenciar un reencuentro alegre y creo que emocionante. El de mi muchacha con su primera "alma mater", la Escuela de Niñas "Ramón Barros Luco" de Valparaíso (a notar lo divertido que puede resultar el destino: con sus amigas posteriormente se acuñó el término de "burras locas" para las originarias de ese lugar, y terminó con un "burro", como suele llamarse a los institutanos). Los Carnavales Culturales y un entretenido taller de malabarismo del que algo vimos lo hicieron posible. Claro, no por completo, pues fue descubierta intentando subir al segundo piso. Pero al menos en parte. Me mostró el patio, el antiguo edificio recién pintado, recordaba conmigo las ubicaciones de los baños, los juegos, las cosas no tan buenas y las agradables. Y para mi fue una experiencia muy hermosa poder acompañarla en ese momento especial para ella.

La visita a mi profesora enferma dejó un hilo suelto que hace algunas horas se desenrrolló y terminó encontrando a dos individuos que hace mucho no sabían de sí. Mencionaba ella que quien fuera mi "yunta" de esos años de infancia, un zagal en ese entonces muy similar a "Felix", el de "Los 80", llamado Camilo, había hecho su práctica como profesor de Educación Física en mi ex colegio. Conversando con mi madre el asunto, días después, me comentó que allá en su colegio tenían un joven profesor de Educación Física del mismo nombre y características similares. Le dije que preguntara por su apellido.

Resultó ser el mismo muchacho que, desde que me lo encontré un día arriba de una 112 (El Cortijo-Las Industrias) hace varios años no había vuelto a ver. Habló para el mundo con mi señora madre, y me agregó a la cosa de moda de este año que se va: Facebook. Y bueno, le dejé unas palabras, claro.


Vueltas. Vueltas de esas que son regreso. Porque todo comenzó cuando terminó.

Vaya frase para terminar este año.

jueves, diciembre 04, 2008

Clara (y Carlos).

Santiago, 4 de diciembre de 2008.


Clara,

distinta Clara,
extraña entre su gente, mirada ausente.

Clara,
a la deriva,
no tuvo suerte al elegir la puerta de salida.

Clara,
abandonada
en brazos de otra soledad.

Esperando hacer amigos por la nieve
al abrigo de otra lucidez,
descubriendo mundos donde nunca llueve,
escapando una y otra vez.

Achicando penas
para navegar...
estrellas negras vieron por sus venas
y nadie quiso preguntar.

Clara
se vio atrapada,
abandonó el trabajo,
se vino abajo.

Clara
languidecía
perdida en un camino de ansiedades y ambrosías.

Clara
no dijo nada
y un día desapareció.

Recorriendo aceras dicen que la vieron
ajustando el paso a los demás,
intentando cualquier cosa por dinero
para incarse fuego una vez más.

Esa madrugada
Clara naufragó,
tenía el mar de miedo en la mirada,
las ropas empapadas
y el suelo por almohada,
y lentamente amaneció.

("Clara", Joan Baptista Humet)


Acabo de enterarme de la muerte de Joan Baptista Humet. Mientras escuchaba música gracias a You Tube, escuchando casi la única canción que conocía de este señor (es decir, "Clara"), vi numerosos mensajes a su persona, despidiéndose. Google me permitió descubrir lo que había sucedido, no hace mucho, sólo un par de días.

¿Y quién era Joan Baptista Humet? No lo sé. Sé que era un cantante, claro. Mis años de fanatismo por la Radio Cooperativa me permitieron oír en muchas ocasiones la que seguramente es su canción más conocida, "Clara". Algún día, uno de esos en que mis rasgos obsesivo-melómanos me llevan a abanderizarme con una canción largas horas, oyéndola una y otra vez, descubrí que tenía un sitio web. Y es más, él mismo había escrito ahí, al menos un tiempo. Se leía como alguien muy sencillo, pero a la vez muy feliz y libre, muy vivo. Seguramente, a pesar de la enfermedad que se lo llevó, debe haber partido en profunda paz. (Y a raíz de eso conocí otra canción más suya, y de seguro conoceré muchas más. O eso espero)

"Clara" es uno de esos temas que me pone melancólico, que me pone meditabundo. Según se señala, "Clara" es un tema que habla de las drogas, de una chica afectada por las drogas. Y sin embargo, las canciones, como las poesías, son "democráticas" al momento de salir al espacio exterior, y por lo cual en el fondo también hablan de lo que uno quiere, no sólo de lo que el autor quiso. Y entonces a mi "Clara" es un tema que me produce cosas, cosas muy profundas e íntimas... Sensaciones que no son para ser publicadas aquí.

Sin embargo, y conectándolo con otro buen suceso musical, pero cortesía de la competencia (una noche escuchando el programa nocturno de Radio Bio Bío de Santiago) dí con otra canción, de talante muy distinto. Y, ideas locas, pensé lo siguiente:

"Clara, distinta, extraña entre su gente. A la deriva, escapando una y otra vez; nadie quiso preguntar. Atrapada, languidecía.

Carlos lo supo. Y se preguntó: ¿Qué podría decir yo?

Sin saberlo, descubrió que tenía dedos para el piano. Comenzó a improvisar, a tocar. Hizo sonar la música, el ritmo, los tambores y las voces.

Y Clara lo sorprendió, porque sabía bailar. Y se movía. Mejor que él.

Se descubrieron bailarines en medio de una música que les alegraba el alma, una música que no pararon de tocar".

¿Qué dijo Carlos?


Hey mama, don't you treat me wrong

Come and love your daddy all night long
All right now, hey hey, all right

See the girl with the diamond ring
She knows how to shake that thing
All right now now now, hey hey, hey hey

Tell your mama, tell your pa
I'm gonna send you back to Arkansas
Oh yes, ma'm, you don't do right, don't do right
Aw, play it boy

When you see me in misery
Come on baby, see about me
Now yeah, all right, all right, aw play it, boy

When you see me in misery
Come on baby, see about me
Now yeah, hey hey, all right

See the girl with the red dress on
She can do the Birdland all night long
Yeah yeah, what'd I say, all right

Well, tell me what'd I say, yeah
Tell me what'd I say right now
Tell me what'd I say
Tell me what'd I say right now
Tell me what'd I say
Tell me what'd I say yeah

And I wanna know
Baby I wanna know right now
And-a I wanna know
And I wanna know right now yeah
And-a I wanna know
Said I wanna know yeah

Spoken: Hey, don't quit now! (c'mon honey)
Naw, I got, I uh-uh-uh, I'm changing (stop! stop! we'll do it again)
Wait a minute, wait a minute, oh hold it! Hold it! Hold it!

Hey (hey) ho (ho) hey (hey) ho (ho) hey (hey) ho (ho) hey

Oh one more time (just one more time)
Say it one more time right now (just one more time)
Say it one more time now (just one more time)
Say it one more time yeah (just one more time)
Say it one more time (just one more time)
Say it one more time yeah (just one more time)

Hey (hey) ho (ho) hey (hey) ho (ho) hey (hey) ho (ho) hey

Ah! Make me feel so good (make me feel so good)
Make me feel so good now yeah (make me feel so good)
Woah! Baby (make me feel so good)
Make me feel so good yeah (make me feel so good)
Make me feel so good (make me feel so good)
Make me feel so good yeah (make me feel so good)

Huh (huh) ho (ho) huh (huh) ho (ho) huh (huh) ho (ho) huh

Awh it's all right (baby it's all right)
Said that it's all right right now (baby it's all right)
Said that it's all right (baby it's all right)
Said that it's all right yeah (baby it's all right)
Said that it's all right (baby it's all right)
Said that it's all right (baby it's all right)

Woah! Shake that thing now (baby shake that thing)
Baby shake that thing now now (baby shake that thing)
Baby shake that thing (baby shake that thing)
Baby shake that thing right now (baby shake that thing)
Baby shake that thing (baby shake that thing)
Baby shake that thing (baby shake that thing)

Woah! I feel all right now yeah (make me feel all right)
Said I feel all right now (make me feel all right)
Woooah! (make me feel all right)
Tell you I feel all right (make me feel all right)
Said I feel all right (make me feel all right)
Baby I feel all right (make me feel all right)

("What'd I say?", Ray Charles)


Eduardo.

P.S.: Espero volver esta vez.
P.S. 2: Este artículo me recuerda mucho a un blog que alguna vez leí...

lunes, junio 02, 2008

No estaba muerto.

Todo empezó con las capturas. Ella y su manía por las capturas. A ella se le ocurrió tomar capturas, y tenía con qué hacerlo; pues él no, claro que no, no podía acceder a esas cosas. Pero él fue el segundo culpable, porque en su propia manía de atrapar, como todas las capturas, también quiso atraparla a ella, sin saber que se atrapaba a ella.

Buscaron a quien les retratara en el universo variopinto de la casa donde ya nadie vivía, pero todos paseaban. Y su acento le delató como de otro lugar. Sí, accedió de inmediato a tomarles una foto. Pero tan parcos que posaban, tan alejados, qué extraño, ¿no era acaso ella la chica de él? Les preguntó; venía de una tierra donde preguntar esa clase de cosas no tiene nada de raro. "Tiene novia", dijo la chica tímida. Para risa del muchacho, la extranjera replicó con un "¿pero no está casado, no?", y allí fue que lo dijo, que no estaba muerto. Rieron, ríeron todos, y ella que no se dejaba tocar, y él que no sospechaba los riesgos de tocar, se abrazaron para inmortalizarse, para morir y vivir un poco como en todas las capturas.

Descubriendo luego de ella que no estaban muertos. Él no estaba muerto para caminar, quería hacerlo más, descubrir todo lo que se le mostraba, lo que ella mostraba. Y ella no estaba muerta; lo descubrió cuando franqueó a su lado uno de los lugares prohibidos, cuando rompió las barreras e hizo cosas de las que por años se había privado.

Al caer la noche, aún pensaban en la no-muerte que le había sido a él vaticinada. Pero lo que no les dijo la profetisa venida de lejos es que él sí iba a morir. Y es que cuando le dijo que no la dejara sola, en las escalinatas frías, murió. Sí, se fue, tenía que hacerlo... Pero no tardó en volver, en volver a morir, feliz de morir.

Nunca más cerca de un (¿mi?) perro.

La mudanza mencionada en el artículo anterior incluía un punto complicado, dentro de todos los puntos complicados que las mudanzas suelen incluír, pero en este caso era un punto complicado que a simple vista parecía sencillo, y no lo era. Para no seguir divagando y mencionárselo al fin a la masa ¿? lectora de este rincón, el caso es que había que cuidar y trasladar a un perro, y alguien tenía que encargarse de ello.

Por supuesto, en la tradición participativa y encantadora que mis progenitores han cultivado conmigo toda mi vida, mi padre me encomendó la tarea a mi.

Pero empezamos bien, pues es el único perro con respecto al cual mi conocida (por mis cercanos) canofobia no me afecta. Si alguien me ha visto alguna vez jugar, acariciar, o hablar amablemente a un perro, es a él.

De hecho, supuestamente, o al menos en un principio, el perro era mío...

¿Por qué querría yo, que nunca he sido dado a los animales, tener un perro? La memoria me falla, pero realmente, divagando en mis anales incompletos, llego a la conclusión de que alguien, "alguien", debe haberme visto mal en esos años solitarios y pensó que una mascota, la misma que desde entonces me obligó a abandonar uno de mis juegos favoritos (esto es, hacer caminos de tierra y aldeas de piedra en el patio de donde vivían en ese entonces mis abuelos paternos), me haría bien. De paso, proporcionaría algunos recursos y libraría de un cachorro a un viejo amigo suyo.

Sin embargo las cosas empezaron a salir de modos inesperados desde el momento en que fue clarísimo que mi pequeño agujero hobbit no estaba preparado ni para recibir a un par de catas, y mucho menos a un perro. Desde allí que la mascota terminó con mis abuelos. Y la Providencia sabe hacer las cosas: al final lo necesitaban más que yo. Si bien desde entonces no dejan de recordarme de tanto en tanto mi irresponsabilidad como "padre" del canino, para el cual me preparé leyendo una completa enciclopedia sobre perros, que resultó inútil, pues sus verdaderos amos, mis abuelos, siguiendo sus académicos y elaborados métodos de crianza de mascotas, lo criaron como un perro casero cualquiera, para espanto de los entendidos.

En todos estos años, y ya tiene hartos, ha sido compañero fiel y molestoso, insaciable en su hambre y en su querer jugar, sólo le falta hablar, y hasta en sus defectos (que no voy a mencionar públicamente, también merece dignidad, ¿no? Ya que todavía puede tener dignidad virtual, que la tenga.); se ha ganado el cariño de todos. El mío incluído, lo que ya es todo un logro de su parte.

Así que hoy me tocaba cuidarlo y llevarlo a su nuevo hogar.

Cuando llegué estaba asustado. Por momentos temblaba; suponemos que sus instintos le hacían pensar en su mente de can que quedaría abandonado en ese lugar que ya no parecía conocido, donde hasta los ladridos sonaban raro. Se negó en un momento incluso a comer trozos de pan, lo que hablaba del susto que tenía. Yo, que en largos años jamás me atreví a sacarlo siquiera a la esquina, primero lo pasee por el patio para calmarlo, y luego lo saque a la calle, a buscar árboles y a que recorriera por última vez las veredas que sólo pisaba para ir a cortarse el pelo. Hice lo que nunca: abrazarlo. ¿Se me habrá ablandado el ánimo con las mascotas? No lo creo, pero este ya es de la familia, y cuando uno siente así algo o alguien, hace esas cosas. Es como lo que pasa cuando te haces hincha de un equipo chico: lo sientes como tu tío, tu primo, incluso tu hermano; por eso sufres, te enfadas (tengo testigos: el alcalde de Isla de Maipo, jajaja), lloras y ríes con él.

Llegada la hora de partir venía la hora más difícil de la misión: velar porque el can no hueveara al chofer en el largo trayecto, que finalmente no duró más de media hora. Sorpresivamente, y en concordancia con el ánimo que hubo durante la jornada, la mascota se comportó. Dentro de lo que se le puede pedir a una mascota asustada, tomada de una correa, y abrazada por un inexperto joven, claro. Pero lo hizo bien. Por momentos incluso se dedicó a mirar el paisaje, y en los túneles, así como esa gente que nunca ha visto una carretera, agachaba la cabeza y se negaba a mirar.

Llegado a su nuevo hogar, no demoró en acostumbrarse, retomar el hambre y la sed, y en reconocer su nueva casa; pues ya no dormitará bajo una "mejora" de población callampa canina (pues su "hogar invernal" era un toldo tendido entre pared y sillas, cerrado con cajas, y unas mantas): ahora lucirá con estilo una casa de plástico donde he pensado que le cabría muy bien una de esas viejas TV de 5' en blanco y negro. (Pero mantendrá sus viejas mantas)

Es raro que tenga ganas de hablar de un perro, del único perro vivo al que le tengo real cariño (hay algunos pocos a los que les tengo simpatía, después de años de mi fatídico trauma, se me ha abierto un poco la mente), pero creo que se lo merece; y también me lo merezco yo después de tan especial labor.

También podría hablarles de cómo me encargué solo durante casi toda una tarde de siete felinos, pero la verdad sea dicha, uno rompió un jarrón, otro engulló tanta comida que terminó por devolverla; y la verdad es que se resisten un poco a que cuiden de ellos, no es precisamente lo mismo que con los caninos. (Y de todos modos, me he ido acostumbrando igual) Así que de gatos, las palabras serán en otra ocasión.

lunes, mayo 19, 2008

Un cambio. ¡Qué cambio!

Durante 20 de mis 20 años de vida he tenido la cierta fortuna (de verdadera, no de relativa) de que lo que yo considero "mi familia", o sea, mi familia extendida (incluye abuelos, y algunas tías y prima) viva cerca de dónde yo resido (o bien, en los primeros tiempos, vivir en el mismo lugar con la mayor parte de ellos). Eso que seguramente espantaría a los más independientes, para mi, extrañamente, jamás ha sido algo digno de espanto, sino que todo lo contrario, un hecho agradable que, debo decirlo, me da seguridad.

Por otra parte, tener que mudarte de casa cuando tienes cerca de 70 años y la verdad, quisieras vivir con la menor cantidad de problemas y cambios (aunque es muy difícil en estas horas del mundo) posibles es, por lo menos, desconcertante.

Ocurre que mis abuelos paternos se cambian de casa, y si bien el hecho estaba más anunciado, el modo veloz en que están ocurriendo las cosas no deja de ser sorprendente. Y es que hay cosas que uno sabe que deben pasar, que son necesarias, a veces deseables; y sin embargo uno tiene la peregrina esperanza de creer que el tiempo nunca nos va a llevar a ellas, que están ahí sólo en el papel, que no serán concretas. Cosas como la muerte, como vivir sin pase escolar, como que tu equipo de fútbol desaparezca.

Enfrentado ante esta extraña realidad, y a la lejanía del cambio, pues digamos que Maipú no es precisamente una cosa cercana (si bien aún soy joven, o eso creo; pero lo que intento decir es que puedo tolerar más bien que mal 3 horas de viaje en micro... Además, Transantiago en general se porta bien conmigo, soy una especie rara), debo admitir que no soy precisamente en quien más impactará el cambio, claro. Pero llega. Llega y habrá que pensar que no tendré juegos de cartas ni perro que acariciar a cinco minutos de distancia, que en días de lluvia como este será bastante más difícil hacerse de las sopaipillas y pan amasado que mis abuelos suelen hacer, que cuando tome tarde micro en Bandera ya no esperaré que venga mi abuelo arriba de la 202.

Sin embargo hay que también pensar que es una instancia que implicará sacar buenas cosas de ella. La distancia en las relaciones humanas no es necesariamente un sinónimo de pérdida o deterioro. La distancia en las relaciones entre las personas nos pone ante la disyuntiva de considerarlas inútiles y de dar la lucha por perdida, o bien de mostrar el valor de aquellas, y no sólo de mostrarlo, sino de demostrarlo... Por cierto, eso implica un esfuerzo que a veces parece considerable. Pero la disyuntiva no es una elección forzada por una opción, sino que las pone en manos de uno. Y yo ya sé qué opción quiero tomar en este caso.

Hay cosas que necesariamente cambian. No es malo. No es fácil.

martes, mayo 13, 2008

Viaje contigo.

Lo miré con sorpresa
y tú reíste mientras te apresurabas
a apartar los asientos;
todo eso cuando vimos el bus
que era ideal para nosotros
porque tenía 28 asientos y no 50.
Ventiocho: tú y yo.

Traíamos tres bolsas en cada mano
con lo imaginable y lo que no
con lo efímero y lo perenne,
cargados de bolsas como los adultos
que no somos, como los abuelos
que quisiéramos ser, como los locos
que no rechazan ninguna;
todas arrumbadas entre nuestros pies
y nuestro cansancio alegre.

Pero sólo tú dormiste y yo no.
Tú, que con toda la naturalidad del mundo,
con toda la naturalidad de tu locura,
pretendías que te trajeran una gaseosa a esas horas,
así como no descansarás hasta el día
que los bares vendan té, y haya
malteadas en cada esquina.
Tú dormiste mientras yo pretendía leer.
Hasta que me di cuenta que viajaba contigo.

Viajaba contigo mientras dormías
entre mis brazos que se entumecían.
Y viajé más en la medida
que se me enfriaron las piernas,
que movías menos la cabeza,
y te cubrías con la bufanda, y yo
me subía el cuello, porque afuera
la bruma amenazaba con comer
a cualquiera que la cruzara desprevenido.

La misma que a ella le trae
el recuerdo del lugar que nunca ha visto
me llevó a mi en mi solitario despierto
y a ti en tu profundo sueño; a ambos
unidos para no perdernos por los brazos
en nuestro viaje de silencio
donde hablaban las palabras ya dichas
y las que querían decirse
y las que se dirán, que se fundían en una
sola calma: la de yo mirarte y tú pensarme.

Viaje contigo.
Viajé contigo.
Después de viajar y antes de seguir viajando.
Viaje contigo en tu calma,
en la que buscas, en la que traía yo en mi bolso,
sin saber que la llevaba.

Después de que viajaste tras de mi,
de mi que me gusta a veces dejarme correr
por las lomas verdes mientras me persigo
y mientras viajo me tiro en el pasto
y me revuelco en silencio
ríendo sin que nadie sepa
como reía cuando mi padre me lanzaba
guardaabajo por el Parque Los Reyes.

domingo, mayo 11, 2008

Que no caiga.

"Que no caiga". Ese es el lema de esta temporada del CDF, traducido por algunas malas lenguas como "Canal Demasiado Fome". Aparece en un réclame que probablemente usted, amable lectora, amable lector, ha visto. Es un réclame muy entretenido, y la verdad, debo decirlo, uno de los que más me gusta. Se me mueven solas las piernas (aunque yo sería incapaz de hacer una de las maniobras que salen en el vídeo) cuando suena eso de "que no caiga, que no toque el suelo".

Sin embargo no deja de resultarme paradójico un lema así cuando sucede que (y que no se diga que opino así debido al horroroso Torneo de Apertura hecho por el equipo de mis amores -¿o de mis pesadillas?-, Deportes Melipilla) el alicaído torneo de fútbol profesional chileno "cae" y cae cada día más, cada año más, sin ser capaz de levantar definitivamente cabeza o conseguir reencantar a la gente a pesar de las miles de fórmulas, siempre más enredadas, que se aplican para ordenar un torneo que más desordenado, llegando a niveles ridículos, no puede ser.

Porque no deja de ser ridículo, por dar un ejemplo, lo siguiente: Desde hace algún tiempo, a comienzos de cada torneo la ANFP saca una programación que da todos los horarios de todos los partidos de cada fecha. Es lo mínimo que el aficionado de un torneo que tenga pretenciones de ser decente podría esperar, para así planificarse, ver cuándo podrá ir a alentar a su equipo, ordenarse, tener seguridades. Sin embargo SIEMPRE esta programación sufre variaciones, las que aumentan a medida que pasa el tiempo. Algunos podrán decir que el factor "clima" es un imponderable, y ante eso no hay mucho que hacer si a causa de lluvias intensas hay que cambiar o suspender un partido. Puede ser, pero no estoy de acuerdo: en Europa hasta con nieve se ha jugado. De todos modos, aún aceptando ello, la mayor parte del tiempo los motivos son bastante menos aceptables que eso, pudiendo mencionar: 1. Falta de dotación policial. 2. Coincidencia con un partido entre dos equipos grandes -sólo Lota Schwager es capaz de programar sus partidos a la misma hora de un "Súperclásico"-. 3. El calor (¡sí, y pasó en Melipilla para más remate!). 4. Que pueda ir más gente al estadio (¡por qué no lo pensaron antes!). 5. Exigencias de la televisión. 6. Que uno de los rivales haya jugado un partido a mitad de semana (vaya a hacer algo así uno equipo europeo o argentino, sería el hazmerreír de sus pares). 7. Que se haya realizado un recital en el reducto. (y me faltan) Y esto pensando en que se cambie el horario... ¡Pues también puede ocurrir que se cambie el lugar donde se juega! Nos pasó hace muy poco con el duelo entre Santiago Morning y Deportes Melipilla, que hasta una semana antes del duelo era en el Estadio Municipal de La Pintana, pasando luego a ser en Santa Laura, y tres días antes del partido se avisó que finalmente se jugaría en el Monumental.

Así no se puede. Por otra parte, para muchos, "estadio" y "partido" han pasado a ser (aunque los partidos de las selecciones de fútbol femenino demuestran que no tiene por qué ser siempre así) sinónimos de inseguridad y violencia gracias a una manga de pelafustanes que como no tienen nada útil que hacer en sus vidas buscan el protagonismo en los estadios, que no son para que vengan unos ridículos a pintar el mono, sino para ir a ver el glorioso espectáculo que puede ser el fútbol). Además, nuestros estadios (salvo quizás el Monumental) son lugares que dan sincera pena, con baños indecentes, gradas incómodas y peligrosas, en algunas ocasiones mal ubicados, con desorden a la hora de comprar las entradas, con escasas medidas ante alguna emergencia, y donde a veces la policía puede ser tan celosa de hurgar por elementos peligrosos en un Santiago Morning-Melipilla y dejar operar en la más completa impunidad a hinchas notoriamente revoltosos en un Colo Colo-Universidad de Chile.

Para más remate, uno podría soportar todo lo anterior si al menos el espectáculo fuera decente. Pero, en primer lugar, al espectáculo se le hace pocaza promoción. El mismo canal de los réclames no de la "juega" por dar más partidos que los de los "grandes" (sólo da uno más en vivo, el resto son los pleitos que juegan Colo Colo y las universidades capitalinas) y su promoción al torneo en sí es escasa, por no decir nula, sin tener además muchos programas siquiera en la misma señal donde hable del torneo. La ANFP, ni hablar... Si ya las programaciones son confusas, en general ocupan un mínimo lugar en los periódicos o en los programas radiales, y no es capaz de hacer una campaña intensiva alentando la asistencia del público. En honor a la verdad, tampoco los clubes son capaces de alentar a los suyos, y en ello debo decir que el mío es vergonzoso al respecto, pues como gran "publicidad" ponen un letrero en la Plaza de Armas y uno afuera del estadio, siendo incapaces, por último, de salir con una camioneta y un megáfono (como Santiago Wanderers). En ocasiones, además, estos mismos clubes o bien cuentan con escaso respaldo, o, a veces debido a lo mismo, su conexión con la comunidad es escasa (de nuevo el mío...), creando pocos lazos que conduzcan a la fidelidad con el equipo. ¿Y los jugadores? En buena parte buscando el mínimo esfuerzo, los buenos queriendo emigrar lo más pronto posible, los más o menos buenos, buscando al club de la capital.

Y no está de más señalar que, normalmente, las entradas son caras para espectáculos y reductos que en muchas ocasiones apenas alcanzan el calificativo de "mediocres".

Así pues, ocurre que al final el "torneo" no cae porque todavía quedamos algunos que creemos en él, en nuestros equipos y en nuestro fútbol. Algunos "románticos del fútbol" (me incluyo), simpatizantes de toda una vida, algunos aburridos que no tienen nada mejor que hacer, arriesgados, los pelafustanes de ciertas barras, personajes que cada equipo suele tener... ¿Pero hasta cuando sobrevivirá un torneo de estos incondicionales, cuando podríamos lograr llegar a tener estadios llenos, como antaño, y no reductos que dan pena de verlos vacíos? Supongo que hasta que atinen los responsables de "que no caiga" el balón del fútbol profesional chileno, pero que eso pase no es algo que se vea muy cercano.

miércoles, mayo 07, 2008

El mercado de las hamburguesas de soya.

Una de las cosas que me agrada de mi universidad, aunque no haya hecho uso de él (la vez que quise hacerlo me espanté con los precios de unas cajas antiguas) es el nutrido y variopinto mercado que se genera a las afueras de ella, en calle Almirante Barroso especialmente. Dependiendo de la hora y del día el transeunte y el estudiante pueden encontrar figuras en alambre, antigüedades, tejidos, joyas, artesanía, libros, información cultural, e incluso alimentación.

Dentro de este último rubro este año ha hecho explosión un producto en específico: las hamburguesas de soya. Este producto alimenticio al parecer se ha puesto de moda, y con diversos acompañamientos "sanos", viniendo además en su respectiva bolsita, son vendidas por acá entre $400 y $500 aproximadamente.

Yo la primera vez que supe de esa clase de hamburguesas (no soy precisamente muy "hamburguesero") fue gracias a Bohemia, que no come carne, y alguna vez en una visita a su casa nos las dio a probar a mi y a Nostalgia. Debo admitirlo: me gustaron. A pesar de que soy un omnívoro por naturaleza y genética familiar, y ni los mejores argumentos me hacen renunciar a los placeres de la carne -sí, sí, este es el momento en que algún lector puede decir que soy un criminal carnicero amante de la sangre-, la encontré de un sabor y substancia agradables, y estuvo bien para mi. Sin embargo no había vuelto a tener noticias de estas hamburguesas, salvo una vez en que Nostalgia compró una de ellas para el hambre en uno de los tantos recitales que en el Parque Italia del Puerto se realizan.

Hasta que este año se han presentado en gloria y majestad por la calle que se extiende a lo largo del grueso de la universidad a la que asisto. Sobre todo son vendidas, me he fijado, por jovenzuelos con vestimentas de estilo "punki", con voz suave y sin mucha promoción en realidad. Pero al parecer tienen éxito, porque se han ido multiplicando los proveedores, los que, sobre todo, tienen su hora de "hacerse la América" entre el mediodía y las dos de la tarde.

A tanto ha llegado este mercado que me asombra que incluso se venden promociones. Así es, porque uno de los proveedores (mejor dicho, una) ofrece combinar la hamburguesa con un tentador jugo natural, de frutillas me parece.

Así pues, parece que tendré que probarles la mano. Logran que se me haga agua la boca (lo que no es muy difícil).