lunes, mayo 19, 2008

Un cambio. ¡Qué cambio!

Durante 20 de mis 20 años de vida he tenido la cierta fortuna (de verdadera, no de relativa) de que lo que yo considero "mi familia", o sea, mi familia extendida (incluye abuelos, y algunas tías y prima) viva cerca de dónde yo resido (o bien, en los primeros tiempos, vivir en el mismo lugar con la mayor parte de ellos). Eso que seguramente espantaría a los más independientes, para mi, extrañamente, jamás ha sido algo digno de espanto, sino que todo lo contrario, un hecho agradable que, debo decirlo, me da seguridad.

Por otra parte, tener que mudarte de casa cuando tienes cerca de 70 años y la verdad, quisieras vivir con la menor cantidad de problemas y cambios (aunque es muy difícil en estas horas del mundo) posibles es, por lo menos, desconcertante.

Ocurre que mis abuelos paternos se cambian de casa, y si bien el hecho estaba más anunciado, el modo veloz en que están ocurriendo las cosas no deja de ser sorprendente. Y es que hay cosas que uno sabe que deben pasar, que son necesarias, a veces deseables; y sin embargo uno tiene la peregrina esperanza de creer que el tiempo nunca nos va a llevar a ellas, que están ahí sólo en el papel, que no serán concretas. Cosas como la muerte, como vivir sin pase escolar, como que tu equipo de fútbol desaparezca.

Enfrentado ante esta extraña realidad, y a la lejanía del cambio, pues digamos que Maipú no es precisamente una cosa cercana (si bien aún soy joven, o eso creo; pero lo que intento decir es que puedo tolerar más bien que mal 3 horas de viaje en micro... Además, Transantiago en general se porta bien conmigo, soy una especie rara), debo admitir que no soy precisamente en quien más impactará el cambio, claro. Pero llega. Llega y habrá que pensar que no tendré juegos de cartas ni perro que acariciar a cinco minutos de distancia, que en días de lluvia como este será bastante más difícil hacerse de las sopaipillas y pan amasado que mis abuelos suelen hacer, que cuando tome tarde micro en Bandera ya no esperaré que venga mi abuelo arriba de la 202.

Sin embargo hay que también pensar que es una instancia que implicará sacar buenas cosas de ella. La distancia en las relaciones humanas no es necesariamente un sinónimo de pérdida o deterioro. La distancia en las relaciones entre las personas nos pone ante la disyuntiva de considerarlas inútiles y de dar la lucha por perdida, o bien de mostrar el valor de aquellas, y no sólo de mostrarlo, sino de demostrarlo... Por cierto, eso implica un esfuerzo que a veces parece considerable. Pero la disyuntiva no es una elección forzada por una opción, sino que las pone en manos de uno. Y yo ya sé qué opción quiero tomar en este caso.

Hay cosas que necesariamente cambian. No es malo. No es fácil.

1 comentario:

Inddish dijo...

juaz!! 3 blogs xDDD pero decidí escribirte aquí, oye q bkn q hayas llegado a mi blog, en una de esas así nos podemos comunicar... tú siempre seguirás escribiendo ;) por algo estudias literatura... es inimaginable un Peñailo q no escriba ^^

Muchos saludos, un gusto saber de ti