martes, septiembre 26, 2006

Banda de guerra.

La micro amarilla del papá de Gonzalo los llevaba desde Puente Alto al centro para la que siempre era la presentación más importante del año. Porque no era lo mismo presentarse en el Liceo, para la risa de tantos, y la admiración de muy pocos, que salir a desfilar por las calles del centro de Santiago, con tanta gente de tantas partes que te miraba pasar con el ritmo marcial y la mirada severa de Peña para que no se cometiera error alguno, porque "aquí sí que no se pueden cometer errores, jóvenes; no los saco a pasear, sino a desfilar". La procesión de la Virgen del Carmen era un evento para la banda de guerra del Liceo Industrial San José de Puente Alto, y él, Roberto, este año marchaba adelante. Guaripola.

Con su madre mirándole el uniforme, "más impecable que nunca", Roberto miraba pasar las calles mientras pensaba en que no podía olvidar los movimientos. Arriba, a la derecha, adelanta, vuelta. Un dejo de nerviosismo se le pasaba por la mente, pero entonces la Kathy comenzó a pegarle al bombo, asustándolos a todos y haciéndolos reír. Luego volvió los ojos a la calle. Hasta el Catorce era un territorio conocido, pero más allá podía contar las veces que había ido. Apenas podía recordar cuando había vivido en otra parte, era muy chico, y le parecía que había llegado a la vida desde siempre en su casa de la Villa Los Peumos, igual a las que estaban cerca; tierra de casas iguales.

Tuvieron que dejar lejos la micro y caminar hasta la Plaza de Armas ("¿trajiste el pasaporte?", preguntó alguien, y se río con sus dientes levemente amarillos). Eran las dos recién, y la procesión empezaba a las cuatro. El sol caía fuerte, pero Peña sabía sobreponer su vozarrón a cualquier sol y cualquier distracción para decirles que esperaba que se lucieran, que para eso habían ensayado semanas, y se preparaban todo el año. Pasó revisando los uniformes mientras él miraba esos edificios viejos, que se veían tan extraños, tan ajenos; como si estuviera en otra parte. "¡A ver! ¡Deje de pajaronear, Pérez, y hágame el movimiento de inicio!" le gritó en la oreja el director de la banda, y a tiempo comenzó a mover las manos para recibir un casi inaudible "Ya, bien" por felicitación.

Mientras esperaban bajo el sol salió ella, aquella a la que su madre llamaba "Virgencita", y en cuyo nombre le bendecía todas las mañanas cuando se iba. Ese era su significado para él, pero de todos modos la vio pasar asombrado, en sus andas monumentales, con su belleza de estátua, engalanada porque la fiesta era de ella, aunque se dignara regalarle un poco de protagonismo a esos muchachos venidos del otro lado de la ciudad que marcharían al paso del un, dos, un, dos. Ella iría atrás, recordándoles el rítmo, diciéndole a la gente que los viera. Ellos, anunciando el paso de la señora, aplanándole el pavimento, llamando a la gente a que la saliera a mirar, y de paso a ellos, desconocidos que por una tarde marchaban marciales y recibían aplausos de gente que no verían más.

Empuñó firme el bastón de metal. Estaba listo. Rompió la marcialidad que le pedían sólo para mirar atrás y asegurarse de que ahí estaba su madre, que le sonrió para darle ánimo. Por los parlantes se oía el llamado a la procesión, que ya iba a comenzar. Peña lo miró fijo, y él puso la cara seria para darle a conocer que estaba listo, y lo haría bien. Las primeras personas comenzaron a marchar, y los curiosos que cruzaban la plaza los miraban con ojos extrañados. Paseó la mirada por el campo visual de la plaza y volvió justo a tiempo para oir el "¡ya!" de Peña, y entonces, con el primer movimiento del bastón, comenzaron a sonar las cajas, el bombo, las cornetas y el triángulo. Izquierda, derecha, izquierda.

Doblando la calle dejaron atrás la plaza de extraños edificios viejos y quedaron librados al pavimento y al sol, al desfile y los sones de la marcha. Peña, de tanto en tanto, les miraba para ver que no se desconcentraran. Y ya en las primeras cuadras comenzó a aparecer la gente, quienes se reunían en los costados para mirar. Roberto no pudo evitar desviar la mirada -"¡firme y al frente!", como tantas veces le había gritado Peña al ensayar- para verlos. Algunos rostros sonreían al verlos pasar, especialmente los de la gente más anciana, de quienes además siempre iba llena esa procesión.

Y él también les veía mientras marchaba. Esos rostros de familias numerosas y rubiecitas, como en la tele. A lo lejos, las micros y los autos desviándose para abrirles paso a ellos. Bueno, no a ellos; al Virgen y a todos los que la seguían. Pero también a ellos, sí. A su paso marcial con el cual nunca caminaban por la calle. A su mirada al frente, como pocas veces miraban sus cabezas agachadas. A una postura que ese día, y quizás sólo ese día, tenía un motivo para erguirse, para decirle a esa gente y a esos edificios "aquí estoy". Aquí estoy, aquí marcho, un, dos, un dos, y ella me mira y nos mira, y sonríe.


Su marcha culminaba en aquel paseo peatonal. No importaba el calor, los pies adoloridos. Quedaban los aplausos, las miradas relucientes sobre ellos, alguna vez sobre ellos. Cuando se orillaron y pudieron al fin dejar los instrumentos, se sintieron saisfechos y reían. La Kathy se acordó de aquel momento tenso en que casi le le cayó el bastón, y se río: no había pasado nada, sólo un sudor frío que lo traspasó un instante. "Bien, bien", le dijo Peña. Su madre no lo soltaba; vio su sonrisa y no pudo dejar de contagiarse una vez más con esa expresión que no era típica, pero era tan reconfortante cuando se la tenía. La vieron pasar a ella, a la reina de la fiesta; y de tan alegres, sintieron como la señora les hacía un guiño con sus ojos inertes.

Se lo llevó de la mano, como hacen las madres cuando están orgullosas, y caminaron por el paseo peatonal. Le compró un paquete de papas fritas y se lo fueron comiendo ríendo. Ríendo como reían con los muchachos las veces que se habían sentado dos horas en una micro para llegar a esos lugares extraños y pasear en patota, ríendo, sin que esas risas pudieran ocultar el dejo de amargura de sus bocas y de sus ojos.


Saludos,

S.E., Mrcl. Eduardo Peñailillo B.

jueves, septiembre 21, 2006

Mi cartero y yo.

Mi cartero tiene apellido Navarro, y he olvidado el nombre. Normalmente uno no sabe cómo diantres se llama su cartero, y de hecho, muy probablemente, apenas lo ve. Sin embargo, de tanto traerme cartas durante años pasados, al menos logro recordar su apellido.

Recuerdo que antes incluso de lo de las radios onda corta, el cartero se vio ocupado gracias a mi debido a mi ¿enfermiza? demanda de folletos turísticos del extranjero. Sí, lo que lee. Luego de nuestros "saqueos" a las embajadas junto a Sebastián Rueda durante 2004, quedé con gusto a poco, y descubrí que una de las maravillas de la internet era que podías pedir folletos turísticos gratis hasta a la Cochinchina, si sabías como conseguirlo. Sólo eso puede explicar que el hombre de Correos Chile que se apersona por mi barrio me haya traído extraños paquetes desde Nepal, Lietchtenstein, Andorra, Mónaco (jiji), y otros tantos lugares.

Me imagino que aquello debe haberle llamado mucho la atención al hombre de las cartas; o sea, no es normal que a Conchalí (Correo 8, en lenguaje postal; seguimos con esa denominación a pesar de que la oficina de Correos de la comuna haya sido cerrada, y sólo sobreviva la de El Cortijo; muy atrás mano para mi.) lleguen envíos de Andorra, por ejemplo. Debo decir que mis revistas y folletos turísticos siempre llegaron; no fue de aquellos que se robaban las revistas (¿recuerda ese caso, estimada y estimado lector?). Y fue para tanto, así como también me imagino que influyó el convertirme en el "cliente del año" (pues, cuando uno recibe una carta, hay que pagarle al cartero), que ese año nos dejó una tarjeta de Navidad, la que mi madre ha de haber guardado en algún lugar.

Con la llegada de las cartas de las radios, que tímidamente aparecieron en 2004, pero hicieron su aparición con fuerza en 2005, en detrimento de los folletos turísticos, que dejé de pedir (ya no me quedaban casi destinos a los que solicitarlos; y nunca tuve mucha predilección por los destinos caribeños o de Estados Unidos), su rol se volvió más importante para mi, ya que lo de los folletos turísticos era más bien una cosa de manía, sin embargo, en la afición de la radioescucha/diexismo (lea el post anterior para saber más) es clave el recibir las cartas, portadoras de confirmaciones de las emisoras, y bueno, también de otros regalitos. Sin embargo, estos nuevos envíos, y el llevar un control acerca de las cartas que envío/recibo, me hicieron percatarme de que mi señor cartero, si bien nunca me ha fallado con las cartas (creo), es harto flojo para traérmelas.

Junto con ello, probablemente el lector que me conoce se extrañará de que no haya hecho mención a cartas de amistades, considerando a algunas personas, y de tanto en tanto, suelo enviarles cartas por Correo. Pues bien, no suelo recibir muchas cartas de amistades, pero debo señalar que esas también influyeron en darme cuenta de que el cartero no estaba siendo muy diligente con mis cartas. Existe un servicio llamado "Prioritario", donde se supone que deberían llegar las cartas en 3 días hábiles. Por supuesto, a mi no me pasa. Y ha causado el aburrimiento de ciertas señoritas, que prefieren enviarme sus cartas por otros medios, más onerosos.

Por supuesto, hablé con mi cartero sobre el tema, y junto con echarle la culpa a otros estamentos de la empresa (que no dudo que pueden tener responsabilidad en ciertos casos, considerando los desaguisados que han cometido con algunas de mis cartas), señaló tangencialmente un motivo fundamental para la demora de mis cartas: El sujeto se dedica a repartir los cheques de las jubilaciones, que son más "prioritarios" que mis cartas, y que, por supuesto, le redundan en un mayor beneficio monetario.

Así que, a pesar de mis quejas, ya lo asumí. El cartero viene sólo dos veces al mes (y por lo general, en determinados días: lunes, miércoles o viernes): A mediados de mes (si es que me han llegado cartas), o a comienzos/finales. Y a veces se atrasa. Como ahora, que sé que tengo cartas esperando, y estamos a 21 y no llega. ¿Se habrá ido a La Pampilla?


Saludos,

S.E., Mrcl. Eduardo Peñailillo B.