viernes, abril 14, 2006

Gracias, Señor, por venir a visitarnos.

Estimado lector: Si yo le digo a usted "Población Irene Frei, comuna de Conchalí", probablemente no se le de nada, y ninguna cosa se le venga a la mente. Pero si le menciono el caso del tipo que mató a su pareja, se metió en una casa con un arma, amenazó con matarse, y hubo que sacarlo con un regimiento de detectives, probablemente recuerde usted la noticia, y yo le diré que el caso aquel ocurrió en la población que le acabo de citar.

La población Irene Frei no es precisamente "un lugar para vivir", como rezaba un antiguo lema municipal de Conchalí. Quizás sólo la zona de "La Chimba", en el extremo suroriente de la comuna, o uno que otro sector aislado, son peores. Es un lugar no muy extenso territorialmente, de casas bajas de madera, pasajes intrincados, grupos de gente en las noches, tanto hombres maduros al calor de un fuego encendido con lo que encontraron como jóvenes con los que preferirías no cruzarte en la misma vereda. Enclavada entre algunas poblaciones de mejor pasar, a su entrada hay un pequeño templo evangélico y una cancha de cemento donde juega el club de la población. Narcotráfico, hay, aunque sea "micro". Violencia, también.

El lugar que les he mencionado está dentro del territorio de la Parroquia Nuestra Señora del Olivo, de la cual soy feligrés, y más específicamente dentro del territorio de la sede parroquial. Si me adentro en mis recuerdos de infancia puedo rememorar que, cada año, el Vía Crucis de la sede parroquial recorría esta población. Pero hace varios años ya que había dejado de hacerlo.

Este año el Vía Crucis comenzó al revés. Siempre sale hacia el sur (al menos en los últimos años), pero ahora tomó rumbo norte. Lo que no varió fueron los típicos problemas de audio, que en las capillas no existen ya que allí toman un megáfono y solucionan el problema. Nada anormal, sin embargo, hasta que la procesión llegó a avenida Independencia y no turnó hacia el poniente (o sea, hacia la parroquia), sino que luego de pasar por el Colegio San Martín, (al lado de mi primer colegio, y frente al supermercado Líder) tomó rumbo oriente. Y luego en Nueva Central dobló al norte. Cuando se detuvo en la Villa San Pedro, otro lugar que no recibía la visita del Vía Crucis hace años, una población enrejada, de casas de ladrillos rojos, cerca de la población que nos convoca, parecía que sería el fin de la expedición por el sector oriental de la parroquia. Pero no fue así. La cruz y quienes le seguíamos llegamos a la esquina que da entrada a la Población Irene Frei.

La camioneta con el parlante se quedó en la esquina. La procesión se adentró por la calle principal de la población, mientras quienes jugaban en la cancha de cemento se detuvieron un momento a observar el acontecimiento. Entrando, levanté la mirada, y entre dos hojas de palma un gran letrero decía "Gracias, Señor, por venir a recibirnos". Entonces comprendí, o creí comprender, que allí debíamos estar, que allí debíamos ir, aunque fuese un instante; y me alegré de estar allí, luego de tanto tiempo. Entre el recelo de algunos y el canto de "Amor, amor, amor, amor, hermanos míos, Dios es amor..." se llegó al final de la calle principal, donde había montada una estación del Vía Crucis. Alguna gente salía a mirar, y otros que sabían de dónde veníamos lo comentaban. Luego procedimos a dar una vuelta por los pasajes, que estaban con velas en sus calzadas. La gente salía a las puertas de las casas a observar, y algunos de ellos aprecían contentos. Quizás el momento donde la gente más cantó fue aquel recorrido, mientras avanzábamos entre los hombres reunidos alrededor de un fuego, los ebrios y los jóvenes. Otra estación esperaba a la entrada de la población, mientras mi tía María le decía a alguien que las veces que el Vía Crucis había pasado por allí no había ocurrido nada, y así fue también esta vez. Minutos después, acompañados por el parlante que funcionaba muy de tanto en tanto, la procesión y los rezos nos retiramos camino de la parroquia, mientras una señora apoyada en un carro donde cargaba objetivos varios nos obervaba.

Saludos,

S.E., Mrcl. Eduardo Peñailillo B.

jueves, abril 13, 2006

Tú obras de maneras extrañas.

Se acababa el día y comenzaba la tarde en medio de recuerdos. Recuerdos decalles que mis zapatos de infancia habían pisado, de la mano de mi abuela.De un templo llamado Capilla de Ánimas, anónimo en medio de la calleTeatinos, y que mi madre detesta por lúgubre. De máquinas de coser; artilugios que no veía hace tiempo, si bien en casa de mi abuela hay una, pero la que hay ahora es moderna, no como aquella ante la cual yo me sentaba sólo por el gusto de jugar con el pedal. Y mirando al monito quegolpea el vidrio, también recordé que necesitaba un cura.

Sí, un cura, un sacerdote. Mi catolicismo de discutible calidad, pero al que al fin y al cabo adscribo, demandaba una limpieza de alma por estos días, no sólo por un tema de cumplir con los días santos y sus ritos, sino porque se me habían acumulado bastantes cosas en el interior. Así pues, me veía enfrentado a la tarea de buscar un lugar con confesores disponibles. Tarea que no es tan fácil como parece. La escasez de "hombres de Dios" hace un poco complicado encontrar algunos de ellos disponibles a escuchar problemas y pecados varios, y si bien el centro de Santiago es el lugar más factible para encontrar alguno, hasta allí hay sólo ciertos horarios en los cuales atienden. Dirigí mis pasos hacia otro lugar de mis recuerdos de mañanas deinfancia junto a mi abuela: El templo de Santo Domingo. Admito que me asombré al entrar. Una cantidad de gente que jamás imaginé, y que por los más diversos motivos se hallaba allí. Ni en misa de Navidad ese templo congrega tanta gente. Bingo, había cura atendiendo para la confesión. Pero uno solo. Y había dos filas ante el confesionario. Bueno, ya estaba allí. Me puse a la fila en espera de que esta avanzara y llegar al recinto de madera donde se escondía el cura de turno. La hora avanzaba, y mientras, una señora de extraña voz se subía al ambón (especie de tribuna donde se leen las lecturas de la misa) para rezar el Rosario. Estábamos en eso, cuando un cura de edad considerable y acento español imposible de disimular dice "tres más y me voy". Desazón entre los que estábamos esperando, que eramos como cinco, aparte de los "tres más". De todos modos seguimos esperando, a ver qué ocurría. Lo que ocurrió fue que confesó tres más y se retiró sin mirar a nadie. Las señoras que esperaban tras mio comenzaron a hablar; una de ellas señalando que ya en otro templo le había pasado lo mismo. Yo, por mi parte, si bien el ir cada semana a un grupo dirigido por un cura me hace comprender lo ocupados que están, no pude dejar de pensar "un cura de verdad atiende a los pocos que quedaban" y "quizás debería esperar a otro momento".

Salí de ese lugar, pensando que quizás necesitaba yo un cura joven; que vez que me confesaba con un cura de edad no me decía nada, y me mandaba a puro decir unas oraciones. El hambre me motivó a ir a Tarragona en pos de una crujiente empanada jamón-queso, luego de haber pasado por el Correo Central donde, para risa de una de las dos encargadas de la oficina de Filatelia, que ya me conoce, no pude resistir comprarme las estampillas del Castillo Wulff. Luego decidí pasar a la Catedral, a ver si allí tenía mayor suerte. En las afueras había una aglomeración de curas, comandados por el vicario dela Zona Centro, ex vicario de la Zona Norte (en la cual vivo). Entré. Como siempre, había bastante gente. Además, estaba lleno de focos como los que usan en los estudios de televisión, probablemente paratransmitir alguna misa o ceremonia. En medio del trajín de todos quienesiban y venían, había curas confesando. Me puse a esperar a uno entonces. Tras mio se pusieron dos señoras, una de ellas brasileña, que buscaba a su hijo. Primera sorpresa: El sacerdote en cuestión no atendía por el costado al "penitente", como es lo típico, sino que de frente, mirándose los rostros.

Bien, llegó mi turno. Una voz de acento italiano salida de un calvo sacerdote que llevaba lentes me preguntó mi nombre. Sin entrar en detalles de lo dicho, puedo señalar que la mano invisible de la divinidad me llevó al lugar indicado, y quizás a una de las respuestas que buscaba. Todo esto para llegar a la conclusión de que mi creencia meta-terrenal en Dios se afirma más que en hechos espectaculares o en simple dogma, en pequeñas intervenciones y pequeños regalos de días anónimamente agradables como este. (ver http://www.fotolog.com/elpoleno)

Saludos,

S.E., Mrcl. Eduardo Peñailillo B.