domingo, septiembre 04, 2005

Mi tesoro enfermo.

Me arrepiento de las palabras
Que te regalé
De decisiones que sin pensar
lastomé por tí
De abrumadoras sombras
Que para tí compré

Hoy te desheredo
Mi tesoro enfermo
En un mar de vientos
Mi tesoro enfermo

No quiero hablar demasiado
De la verdad
Que me hizo mentir
De sueños sin descanso
Que hablan de muerte y de sed
Y de secretos sordos
Que nunca supe oír

Hoy te desheredo
Mi tesoro enfermo
En un mar de vientos
Mi tesoro enfermo

Me voy de viaje por el infierno
Cielo, Mar y Tierra
Me sobra el Tiempo...

(Los Tres, "Te desheredo")

No tengo plata. Tengo unos cuantos libros, unos cuantos escritos, otras tantas cartas llegadas desde demasiados lugares del mundo si consideramos lo escaso que conozco de este; que conozco, no que sé, que son cosas muy distintas ciertamente. Mi madre insiste en que la cama es mía y mi padre insiste en que el notebook es mio, pero supongo que todavía no acabo de entender o de querer entender eso, algo así como que parte del "no" no entendiste. A lo que voy -siempre yo con mis rodeos- es que no va a lo material la palabra cuando me subo al monte de las afirmaciones o bien llego a la oficina de las declaraciones sin sentido -elíjase la metáfora que se prefiera- y postulo tener un tesoro. Supongo que hay alguna gente que lo cree. Una herencia, pero mejor quedémonos con el término tesoro. Le podemos anexar el adjetivo enfermo si queremos, si se considera que también es fruto de un entramado que se desarrolló enfermizamente en algunos de sus aspectos más importantes, quizás podríamos mencionar entre ellos el silencio y un sentido pésimo de la auto valía, además de la facilidad del fracaso, pero no es de esta estructura que iba a hablar, sino del sentido del tesoro; y voy a dejar de tratarme mal para postular "again" que sí existe, que sí está, y que bueno, de tanto en tanto lo reparto, contraviniendo mi puto egoísmo.

El problema, mis queridos lectores (si es que llega a caer alguien por aquí) es cuando uno lanza las monedas y nadie las recoge. ¿Qué se hace en esos casos? Y yo debo decir que he sido muy tonto y muy ciego en ese aspecto, porque yo he lanzado las monedas en medio de las calles de Montecarlo, sin darme cuenta que en Kiev las necesitaban más. Pésima analogía para decir que la repartición de mi tesoro, de mi mismo, de mi amistad, o como quieran plantearla, ha sido hecha casi tan mal como la distribución chilena del ingreso. Ante todo porque me he confiado, porque me he acostumbrado, porque perdí ese sentido de la desesperación de la soledad (sólo en parte lo perdí) y me acostumbré a que existía gente al lado mío, cosa que en su largo tiempo no estuvo clara, es más, no existía. Y al acostumbrarme, perdí la necesidad de reafirmarlo, y también cerré los ojos; porque es eso lo que nos pasa cuando nos acostumbramos. Entonces sólo abrí la puerta; de hecho, estaba pasándolo genial abriéndole la puerta a tanta gente. La casa estaba limpia, había mucho que comer y que beber; por favor, adelante. Pero en un momento el anfitrión se dio cuenta que ciertos invitados sólo se le acercaban a hablar para pedirle más vino y más queso. No era esa la idea. Se los aclaró. No escucharon.

Por eso cree que hizo bien en echarlos, o en intentar hacerlo. En desheredarlos de su tesoro enfermo. Sí, es cierto, probablemente magnifica la situación y todo esto da lo mismo, y nuevamente me sumerjo en un mar de puras tonteras; pero es un tema que me importa, que necesito hacer palabra, para que me deje de rondar como sombra. Soy orgulloso, está bien; nadie me dio el derecho a declararme juez, a dictar sentencia, a ser tribunal y parte. Pero es mi tesoro y la huevada es mía. Si tengo que cerrar las puertas lo voy a hacer, aunque sé que nunca sería como antes, algo no puede volver a un punto que quedó al lado izquierdo del plano cartesiano, ni aún queriendo... No, no sería lo mismo, y probablemente sea un alivio que no pueda volver a ser igual, porque lo que menos quiero en la vida es retrotraerme al punto 10, o al punto 11, aunque haya cosas que eche de menos de allí, aunque probablemente haya sido mucho menos condenable y mucho más amable.

La cosa es que supuestamente he firmado ciertos decretos de desheredo, aunque cada uno o dos días esté dudando de si debería hacerlo, y probablemente si los objetos del decreto se acercaran a pedir una apelación les sería concedida, por más que creo que no lo harán, y soy así de claro. Aunque todo esto me ha llevado a pensar algo que termina por reafirmarme en el túnel que le decía al señor que llega atrasado en el tren: aquello de saber lo que debo hacer y no hacerlo. Claro, cierro la puerta a algunos casos. Pero debería abrirla para muchos más, y no lo hago, por temor a...

Tampoco voy a ponerme a hablar de un viaje por el infierno. No, qué infierno, si no lo conozco. (Y no estoy siendo irónico) Sólo quisiera terminar, con un mensaje muy particular, que era simplemente el decirte que más allá de las características del viaje, que tus pasos de pinguina me sigan es algo que resulta reconfortante, quizás demasiado agradable (aunque creo que demasiado no es el término correcto), y un poco extraño para mi, pero espero no hacerlo tan mal.

Ante todo, espero no acostumbrarme. Creo que aunque pueda resultar un poco duro será mejor. Tanto si hay principio, como si hay final. Acostumbradas, podrían marchitarse las flores de Nederland.

Eso. Gracias.

Saludos,

S.E., Mrcl. Eduardo Peñailillo B.